No del todo inconfesables, porque las voy a confesar (sin entrar en demasiados detalles).
Estaba yo el otro día corriendo de una determinada manera; esto es, me había propuesto hacer una tirada de unos 15-16k a ritmo 1, ese ritmo olvidado (al menos para mí) en el que se va uno rascando las pelotas, pero se perciben los colores, los sonidos y el aroma vegetal. No suelo ir tan despacio y me apetecía mucho. Así que me comprometí a no sobrepasar 152 ppm (se supone que ahí termina mi R1 y comenzaría el R2). Y tan agustito que iba yo trotando por esos mundos, con la cabeza libre sin centrarme en nada, dejando que mis pensamientos –si los tuviere– fluyeran a sus anchas.
Llevaba ya más de una hora y al echar un vistazo al pulsómetro vi 161, cuando hace unos instantes iba a 147. Entonces me empiezo a deshuevar yo solo. Porque me doy cuenta de lo que estaba imaginando… Mi cerebro sin cortapisas, en modo automático, se estaba recreando en una actividad que me estaba molando mucho… pero que había subido las pulsaciones instantáneamente.
¿Qué estaba imaginando? Ejem… pues no, no es nada de eso. Yo creo que ya ni tengo pensamientos de ESE tipo. Estaba en mi fantasía… dándole de hostias a una persona que detesto. Pero hostias pardas.
Yo que voy de pacifista, de noalaguerra y tal y cual, y me estaba poniendo cachondo fostiando a un pobre hombre. Me descojoné un ratito, recuperé el pulso y seguí mi trote cochinero con la mente de nuevo en equilibrio.