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Archive for the ‘Fotografía’ Category

Criaturas

El amor por todas las criaturas vivas es el más noble atributo del ser humano.

Charles Darwin

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Minimalismo

Cada día intento despojarme de más cosas, ideas, prejuicios, objetos… para quedarme con la esencia mínima de las cosas.

Mi hijo hace lo mismo…

 

Just cause you feel it doesn't mean it's there, foto de Jorge Delgado

Just cause you feel it doesn’t mean it’s there, foto de Jorge Delgado

 

Su album en flickr: http://www.flickr.com/photos/theworldisours7/with/10160260675/

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A este lado del paraíso

Playa de Poo, Concejo de Llanes, Asturias

Playa de Torimbia, Concejo de Llanes, Asturias

Playa de Torimbia, Concejo de Llanes, Asturias

Bruma en el río Purón, Asturias

Bruma en el río Purón, Asturias

Islotes cerca de Poo, Asturias

Islotes cerca de Poo, Asturias

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Álbum de fotos de mi hijo

A

Me llena de orgullo y satisfacción…

Sí, claro que me llena de orgullo presentar las imágenes que mi hijo está subiendo a la red. Me encanta que se apasione con algo y parece que la fotografía va a ser uno de los caminos que va a tomar en la vida.

Ya sabéis cómo funciona esto: a los chicos les gusta mucho que les den al Me gusta, Compartir, Reblog, Favoritos, re-Tweet , Añadir Comentario y todas esas cosas que a mí ya me quedan un poco lejos pero que seguro que a muchos de vosotros os resultan tan cotidianas.

Os pido que visitéis su álbum de fotos en Flickr y si alguna de las imágenes os resulta grata, se lo hagáis saber de alguna de las maneras que se brindan en las redes sociales. De todos modos, quedará agregado en mi lista de enlaces permanentes.

Sinceramente creo que tiene ojo de fotógrafo y mucha sensibilidad para captar instantes. Aún le queda un mundo por aprender pero el interés y la ilusión se perciben en las instantáneas que ha ido eligiendo para el álbum.

Espero que os gusten. A mí muchas de ellas me fascinan, especialmente si pienso que sólo tiene 16 años.

Curiosidad: a los indies les fascinan las antenas. Si alguno tiene un hijo indie que se vaya acostumbrando…

D

E

B

F

C

H

G

I

Y con estos deseos de pasión, ilusión y creatividad me despido de vosotros hasta el año que viene y confío que el 2013 venga con menos mala hostia que el presente.

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Jueves 25 de octubre de 2012

Ha estado lloviendo buena parte de la noche. Afortundamente y a pesar de lo liviano de su tejido, la tiendecilla ha aguantado y no estoy mojado. He descansado bien y me levanto a las 7:15, en plena noche y con un cielo estrellado y magnífico y un frío bastante acentuado.

Mi bonito lugar de acampada

Lo primero que hago es recoger la tienda por si viene alguien. Dejo las cosas en la mesa de madera para evitar la humedad del suelo mientras voy guardando saco y tienda. Cuando lo tengo todo listo me preparo el desayuno y parto en cuanto sale el sol. Un sol que aún no calienta. Es verdad que muchas veces hace más frío en el valle que en las alturas por efecto de las densidades distintas del aire frío y caliente. Dejo mi lugar de pernocta y deshago la milla que me separa de Bárcena Mayor.

Puente sobre el Argoza

Encuentro el pueblo aún dormido, en total silencio y soledad.

Bárcena Mayor aún dormida

Cruzo el puente y encuentro los dos caminos principales. Por el que yo voy llegaré a Ozcaba. Por el opuesto, se llega a Los Tojos y es el tramo que no hice ayer por la tarde por ser educado.

Puente sobre el Argoza y senderos

Este sendero está balizado como PR y tengo que decir, que bien balizado. De todos modos, no hay duda posible.

Saliendo de Bárcena Mayor hacia la ermita del Carmen

El primer tramo es muy sencillo, aunque en cuesta. Hay que partir del valle hacia el puerto, de modo que, aunque el desnivel no es demasiado elevado, no dejaremos de ascender en ningún momento.

Pista desde Bárcena

Como viene siendo habitual, existe un castañar en las inmediaciones de cada pueblo. Y el sol tibio de la mañana se empieza a colar entre sus ramas.

El sol entre los castaños

He tardado 20′ desde la Braña del Castrillo al puente y otros 20′ en llegar a la ermita del Carmen, enmarcada en un precioso paraje cubierto de grandes castaños.

Castaños en el entorno de la ermita del Carmen

Aquí me detengo y me cambio de ropa por completo. Había comenzado con demasiadas capas debido al frío del amanecer. Me sobra todo ahora que el sol hace acto de presencia y el camino se empina. Mucho más ligero de ropa, prosigo mi viaje. Durante todo el camino seguiré el Barranco del Río Queriendo, pero casi en ningún momento lo veré, ya que el camino circula a gran altura sobre el río.

Ahora el castañar es sustituido por el robledal a medida que nos alejamos del pueblo y se bordea por la ladera del Mediajo Buelna (1.240 m) que no se asciende, sino que el camino lo serpentea.

Robles y al fondo el pinar

Este robledal se introduce pronto en un gran pinar de repoblación. Es cierto que aquí los pinos no pintan nada, son una especie forastera. Pero hay que reconocer que es un magnífico pinar con individuos de gran porte y de una enorme belleza. Las huellas de jabalí ya no me abandonarán en todo el trayecto.

Entrando al pinar de repoblación

En alguna ocasión meto algo de ruido y doy alguna voz porque la presencia de jabalíes aquí me podría poner en un serio aprieto. No hay cobertura y si me enganchara alguno sería muy complicado salir de ésta. La presencia de huellas y de hozadas en el suelo es continua.

Parece más Madrid que Cantabria

Con un poco de precaución para no sorprender a ningún animal adulto, abandono el hermoso pinar y llego a la siguiente etapa botánica del camino: la avellaneda, donde existe una edificación (fea y abandonada) llamada Casa de Avellanedo a la que llego tras algo más de 7 kms.

Avellaneda en la zona de Casa de Avellanedo

En esta zona el camino es algo más confuso, pero hay varias balizas claras de PR y no tiene más misterio que seguir el caminillo entre avellanos y algunas hayas bastante grandes y bonitas. Además están los omnipresentes acebos, en este caso iluminados por el sol de la mañana que ya ha decidido calentar y llenarlo todo de luz amarilla.

Acebo

De la avellaneda se sale a una ladera más despejada donde se aprecia  cómo se une otro pequeño barranco (sin nombre en mi mapa) al barranco del río Queriendo, y que tendré que atravesar.

Un pequeño barranco

El caminillo ahora es poco más que una trocha y enseguida se va a meter en el bosque.

Senderillo hacia el barranco

Y en cada paso un pequeño ser que vive su vida anónima sin preocuparse de la prima de riesgo ni de la burbuja inmobiliaria.

Babosa o limaco

De nuevo en el robledal, en una zona muy umbría y húmeda, paralela al torrente que baja de las colinas a mi derecha y que desemboca en el río Queriendo.

Robles en el barranco

Afluente sin nombre del río Queriendo

Avanzo por el camino umbrío y escucho los inconfundibles gruñidos de un jabalí justo en el recodo delante de mí. Me detengo, doy varias voces, hago ruido con el bastón golpeándolo contra una piedra y contra el tronco enorme en el sendero. Ahora sí que están aquí. Confío en que se vayan corriendo. Las huellas que veo van en la misma dirección que yo, de modo que es raro que den media vuelta y retrocedan. Es más lógico que sigan su camino tras oírme.

Tronco en el sendero donde oí a los jabalíes

Compruebo que no hay cobertura. Estoy ya muy cerca del coche. Sería una lástima (al menos para mí) recibir una herida en una arteria a escasos dos kilómetros del coche. El sendero es tan minúsculo que no sé dónde podría apartarme si vienen corriendo por aquí en mi dirección. Al agua, supongo que me iría. Recuerdo las historias que me contaron los señores mayores de Tudanca sobre los numerosos ataques de jabalí en la zona, por las cacerías, y el asco que le tienen a los humanos.

Eso sí es bueno, pero ir con tu mochila y pernoctar… es malo.

En fin, cruzo el estrecho cauce del arroyo mirando en todas direcciones por si los vuelvo a oír.

Cruzando el último arroyo

Cambio de orilla y cambio de vegetación. Las hayas se enfrentan a los robles en esta vertiente. Imagino que tendrá que ver con las horas de luz o el tipo de terreno y humedad.

De nuevo entre hayas y pisando barro

Sigo subiendo y salgo a un terreno más despejado. Vuelvo a ver el cielo, ahora ya azul, y el perfil de las colinas.

Saliendo del barranco

Y ya está a la vista la siguiente etapa del camino: la Venta de Mobejo.

Venta de Mobejo

Se trata de una finca ganadera donde hay un rebaño de cabras que se asustan de verme y salen corriendo antes de que pueda fotografiar a los cabritillos. Paso una puerta de ganado y me encuentro a uno que hizo mi ruta (y la de Ilja) y no fue tan afortunado como lo hemos sido nosotros.

No todos lo consiguen

Aquí el hayedo es realmente espectacular. Será el último que vea en mi viaje y no lo quiero olvidar.

El último hayedo

Ya he salido del bosque. Ahora estoy en el terreno típico de Ozcaba, con sus praderíos inmensos perfilados por las suaves montañas.

Praderíos en Ozcaba

Me despido de los árboles.

Con más recovecos que mi alma y más cicatrices que mi corazón

Me despido de las brañas.

Braña en Ozcaba

Me despido de las vacas.

Ganado en Ozcaba

Me despido de los caballos.

Caballos en Ozcaba

Ya veo el refugio que visité el domingo por la tarde, roto y lleno de basura. No me quiero llevar otra imagen de él. Prefiero el mío, pequeño y cómodo. Esto se ha terminado. Lo he conseguido. He realizado un largo viaje, muy hermoso, muy placentero. He tenido mucha suerte y todo me ha ido bien. Estoy fuerte, sano y sin la menor contrariedad. Llego a la carretera. Dejo las cosas en el coche. Sonrío y me emociono un poco. Llega un camión con operarios asegurándose que las varas invernales para la nieve están bien sujetas. Dejo que se alejen a la siguiente y que se acabe el ruido. Me acerco al cartel de Ozcaba. Porque de alguna manera ya pertenezco aquí. Lo que he hecho quedará para siempre en mi recuerdo.

Ya soy parte de Ozcaba.

Gracias

Gracias a mi familia por su apoyo en el proyecto y haberme permitido ausentarme cinco días. Gracias a Ilja Schröder por haber andado antes que yo estos caminos y contarlo. Gracias a las personas que documentaron diferentes partes de mi ruta y que me sirvieron en muchos momentos. Gracias a las personas amables de estas comarcas que charlaron conmigo y me ayudaron en el camino. Gracias a Iván por sus mensajes de ánimo durante estos días.

Y gracias a este planeta por ser, todavía, tan hermoso.

Etapa 4. Bárcena Mayor – Ozcaba: 12.4 km; 3h20′

Etapa 4. Braña del Castrillo – Bárcena Mayor – Ermita del Carmen – Casa de Avellanedo – Venta del Mobejo – Ozcaba

En total fueron 97 km (bastantes más de los 73 que venían en la guía de Ilja y que deben estar equivocados). He realizado una especie de 8 tumbado siguiendo fielmente el plan establecido.

Travesía completa por el Parque de Saja – Besaya – 97 kms. Octubre de 2012

Prefiero pensar en el símbolo del infinito. Porque infinitos son los caminos, los árboles y las piedras que he transitado. Infinitos los detalles que llamaron mi atención y los que guardo para mí.

Como Cantabria Infinita.

Aquí debería terminar el camino, pero cuando bajé por la carretera hacia el valle paré en el pueblo de Fontibre. No todos los días se pasa por el nacimiento del río más importante de España. De manera que cogí algo de comida y me dispuse a descansar y tomar alguna foto del lugar antes del largo camino en automóvil.

Nacimiento del río Ebro

Manantial de donde parte el Ebro

Y mientras comía algo al sol, reflexionando en mi experiencia y en los días tan intensos que había vivido solo por esas montañas y bosques, decidí que era una señal.

Mi último almuerzo en Cantabria

Estaba en el Ebro. Era el fin de mi travesía. Y la siguiente que proponía Ilja en su libro transcurría por los Cañones del Ebro. ¿Qué más había que pensar?

Eso sí, me prometí fotocopiar la ruta antes de hacer la mochila.

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Miércoles 24 de octubre de 2012 

He descansado muy bien esta noche al abrigo del campanario. Sólo me he despertado una vez por el viento que azotaba las livianas paredes de mi tienda y he oído a un animalillo que se movía por los setos de flores cercanos. Mi idea es comenzar el camino apenas amanezca y para ello me levanto pronto, a las 7:15, para poder desayunar con tranquilidad, disfrutar de esa hora tan especial previa a la salida del sol y recoger todo el equipaje de manera ordenada y equilibrada en la mochila.

Primeras luces sobre La Lastra, enfrente de Tudanca

La tranquilidad del pueblo es total. Quiero desaparecer sin dejar ni rastro de mi paso por aquí. No dejo ni una migaja en el pórtico donde he cocinado y desperdigado mi material. Cuando los vecinos se despierten y reanuden su vida sosegada se preguntarán si aquel ser que llegó ayer por la tarde vestido de mamarracho era real o sólo un producto de la abundante medicación proporcionada por la Seguridad Social.

Desde el pórtico

Salgo a las 9:10, en cuanto el sol asoma por el cielo. El camino es claro y sencillo. Debe de haber una especie de atajo por medio del pueblo que sube directamente hacia el mirador, pero no sé dónde está y además quiero hacer todo el camino completo. No busco atajos. Asciendo las empinadas calles solitarias de Tudanca para desandar el trayecto que hice ayer.

Mirada atrás

Casona de Tudanca

No sin esfuerzo, remonto las rampas que en pocos minutos me elevan sobre el pueblo, permitiéndome una vista magnífica de su enclave y del acceso al valle de Polaciones que configura la cuarta etapa del GR-71 y que algún día tendré que hacer.

Desde la pista forestal

Hoy recorreré la tercera etapa (Saja-Tudanca) en sentido contrario… más la segunda (Bárcena Mayor – Saja) también en sentido contrario. Es evidente que me va la marcha. Unir dos etapas de un GR en un solo día de otoño no es poca cosa. Pero es lo que toca y es lo que voy a hacer. Eso sí, Ilja me pone en su gráfico que la cosa rondará las 9h sin parar de caminar. Hay que seguir por esta pista y volver al robledal.

Robledal sobre Tudanca

Venga, que para eso estamos aquí. La vida no es sino un camino que hemos de recorrer y que en la mayoría de las ocasiones no lleva a ningún sitio. Y en mi caso, casi siempre lo recorro solo, para bien o para mal.

Caminar

Hoy el día está muy distinto. Sopla el viento, hace frío, las nubes cargan el cielo de un tono gris uniforme. Sigo de un humor magnífico, pero según asciendo y los robles dejan de protegerme, el viento me enfría el rostro. No me quité el polar en todo el día.

Macizo de Peña Sagra

Estos primeros kilómetros son todos en claro ascenso y los hago a ritmo, sin intentar acelerar; el día va a ser largo y pasaré de los 32. Así que es mejor no lanzarse al principio y mantener un paso constante. Lo bueno de mi método es que paro tropecientas veces a hacer fotos, así que hay micro-descansos constantemente.

En el mirador sobre Tudanca

A estas altura ya tengo decidido que algún día recorreré ese camino entre Tudanca y Pejanda. Pero hoy mi derrotero se aleja de ese valle para continuar sobre el valle del río Nansa.

Santotis y el valle del río Nansa

Pero tampoco es este valle el que voy a seguir. El camino se aleja del río y se adentra a la derecha hacia los prados de altura, sobre un vallecito llamado el Canaluco, cerrado por la pequeña sierra de Yero a la izquierda.

La pista de Prado Concejo

El camino está en perfectas condiciones y recorre el llamado Prado Concejo, de propiedad de los vecinos de Tudanca en el que pasta el ganado libremente. Este prado ocupa la ladera de un montecillo llamado Jorcada, de poco más de 1.000 metros.  En la vaguada que forman las laderas se forma un pequeño pero frondoso bosque.

El Canaluco

Como siempre, solos el viento, el camino y yo. Aunque otros mamíferos salpimentan el trayecto.

Unicornio

Ayer me dijeron los tudancos que si tenía suerte podría ver algún venado (ellos llaman ciervos a los corzos) en este prado, compartiendo con las vacas el desayuno. Pero por más que investigué, sólo vi bóvidos.

Ganado en el Prado Concejo

Y antes de salir del Prado comunal de Tudanca, echo la vista atrás para despedirme del Nansa. Ahora buscaré otro valle: el del Saja.

Vista atrás en Prado Concejo

El prado está cerrado con una puerta canadiense para retener el ganado y marca el límite con la Braña de Carracedo (en Tudanca pronunciaban Carraceo). He llegado aquí en 1h30′ de discurrir tranquilo y unos 5k de trayecto.

Ya en Carracedo, mirando atrás la puerta del Prado Concejo

El camino sigue siendo perfecto y ahora va girando para bordear el Cueto La Cahorra y enfrentarse entonces a las laderas del Barranco de Jalgar y de las colinas contiguas al collado de Pantrieme que salvé ayer.

Vistas a la derecha del camino

Collado de Pantrieme y Cueto La Jaya desde las Brañas de Carracedo

Los únicos habitantes de estas brañas son los bonitos caballos del norte.

¿Vienes?

A las 2h (7 km) la pista desaparece en un amplio prado con una cuadra para caballos. Un día como hoy, sin niebla y con luz de la mañana, no es difícil seguir las trazas y enganchar al otro lado de nuevo el camino. Pero he leído algunas referencias de personas que estaban haciendo el GR-71 en un día de niebla y se despistaron y pasaron un rato malo por estos prados de altura.

Hay una única señal del Ecomuseo en toda la braña. No sé si es suficiente con mal tiempo. Si vienes desde Saja, te indica la dirección en la que tienes que cruzar el prado para conectar con la pista al otro lado.

La parada del bus en la Braña de Carracedo

Desde aquí ya entramos en la otra vertiente de las montañas y encaramos el valle del Saja.

Brañas y valle del Saja al fondo

Mirando atrás desde el camino tras atravesar este praderío parece fácil el desvío. A la derecha de la imagen se ve el cueto que hemos ido rodeando previamente y la pista que traíamos. Pero dudo que se vea bien en un día de niebla o anocheciendo.

Esto es lo que se vería viniendo de Saja antes de abandonar el camino que traeríamos

Este nuevo camino está balizado en las rocas con las señales del GR-71, algunas de las cuales están prácticamente invisibles y otras han sido pintadas recientemente. En general no es necesario porque el camino está claro y es único. Pero insisto, en caso de mal tiempo ver una señal te da mucha tranquilidad.

GR-71

Poco después se llega a un collado similar en el que hay que encontrar al otro lado las trazas del camino. Es el collado de Brañalengua, donde hay una fuente que me pareció seca.

Collado de Brañalengua

Tengo ya vistas sobre las hayas más intrépidas del hayedo del Saja que tendré que recorrer en breve.

Braña y hayedo

Las siguientes brañas se llaman de Bucierca. Y contrastan por el abundante número de espinos con porte arbóreo que adehesan el praderío.

Brañas de Bucierca

No recuerdo haber visto nunca espinos albares tan grandes y tan frondosos, con un porte de arbolito.

Bosquetes de espinos

El paisaje es hermoso y plácido, pero la luz hoy es mala para las fotos; apenas hay contraste y la escena se tiñe de melancolía.

Brañas de Bucierca

Y ya el camino toma un claro descenso en la transición de la braña al hayedo que me engulle en pocos minutos.

De la Brañas de Bucierca al Hayedo del Saja

Aunque parezca raro, este hayedo es el mismo que recorrí el primer día desde el Pozo del Amo. En realidad apenas me separa un barranco del lugar de donde empecé a subir el lunes. Sin embargo, el hayedo que remontaba el Canal del Infierno me pareció húmedo y algo inquietante; pero esta parte del hayedo es mucho más clara y apacible.

Hayedo de Saja

El camino va descendiendo la ladera en amplios zigzags, recorriendo un magnífico bosque silencioso y muy bello.

Detalle de las hojas

De donde yo soy, los acebos a veces se enredan con los pinos silvestres. Aquí lo hacen con las hayas.

En estrecho abrazo

El camino es uno y perfecto. Sin dudas ni bifurcaciones hasta derivar en la carretera del Parque.

Camino en el hayedo de Saja

Los bosques de hayas, ya lo he dicho, tienen un algo indefinible que los hacen muy especiales.

Hayas

La forma de las ramas, el porte imponente de los árboles, los colores cambiantes de las hojas, el follaje caído en el suelo a modo de alfombra roja…

Y aprovecho que se abre el cielo y entra el sol a raudales iluminando el bosque de una manera mágica durante unos segundos.

El sol se filtra en el hayedo

Es ciertamente un lugar maravilloso. A veces oigo ruidos de animales, pero no soy capaz de vislumbrar un corcete que me habría alegrado el día. Así es de selvático este hayedo.

Zapatos verdes

Tras un largo camino de vueltas y más vueltas salvando el desnivel desde el collado, el camino se va acercando a la CA-280, donde, no demasiado lejos, aparqué mi coche el domingo. Pero antes me quedo en la memoria con algún rincón del hayedo verdaderamente élfico.

¿Arwen, estás ahí?

Salgo al asfalto tras 4h y 16.5 km desde la iglesia de Tudanca. Ahora tengo que remontar la carreterita hasta el pueblo de Saja y encontrar el senderillo que me lleve en ascensión al (por lo que había leído en el libro de Ilja y en páginas web de montañeros que habían hecho el GR-71) abandonado pueblecito de Colsa.

No estoy muy cansado porque la parte más empinada ha sido la primera hora del recorrido y luego el camino ha sido bastante amable hasta el descenso por el hayedo. Hoy no tocan enormes desniveles, pero sí grandes distancias entre un punto y otro. Lo que para muchas personas sería una jornada completa de montaña para mí no es más que la mitad del día. Enfilo pues la carreterita hasta el pueblo de Saja al que da nombre el río.

A mitad de camino me encuentro el centro interpretativo del Ecomuseo y hago la chorrada del día. Como no llevo las referencias de Ilja para subir a Colsa y en mi mapa se adivina un senderín minúsculo desde Saja, confío en que el personal del centro me ilustre con algún consejo para localizar la traza de la trocha.

En las mesas al aire libre de la edificación hay una familia de unos padres con sus tres hijos pequeños, con pinta de turistas perdidos. El padre me adelanta al entrar al centro y habla primero con la joven encargada. Digo joven por no decir niña. No creo que tenga ni 20 años, puede que ni 18. El hombre (más joven que yo pero mucho menos en forma) pregunta por un genérico «rutas». La joven le dice que hay una de Bárcena Mayor a Ozcaba de unos 10 kms, que habría que hacer de ida y vuelta; es la que haré yo mañana para volver al coche. El hombre tiene poca gracia y no sabe ni qué decir. La chica le comenta que también hay otras más largas y le enseña un póster que hay en la pared con las rutas señalizadas (que yo ya sé que señalizadas, lo que se dice señalizadas, no están). No me imagino yo a esta familia tradicional moviéndose por esas trochas y senderos durante kilómetros y kilómetros sin mochila ni agua ni ropa adecuada. Espero a que el pobre hombre adquiera el mapa que no va a saber ni interpretar y, con ya ningún tipo de esperanza, le cuento a la chica lo de Colsa.

No sabe dónde está Colsa, no sabe si está abandonado, no sabe cómo ir. Que pregunte en Saja.

Ahá, muy amable, muchas gracias… adiós, ¿eh?

Más de diez minutos haciendo el mongui. Bueno, me sirve de descanso. Llego a Saja, cruzo el puente y como una barrita energética y desperezo un poco los hombros antes de la subida seria que me espera la próxima hora. Ya llevo 19.5 km.

Extraña imagen familiar en el pueblo de Saja

Pregunto a unos hombres que están charlando en una calleja y me orientan. No es difícil, hay una calle que sube y ésa es la que hay que seguir. Veo una señal de GR para confirmarlo y salgo de Saja para subir a lo que yo imaginaba que era poco más que el culo del mundo.

El camino es bravo, pero muy bonito. Primero se atraviesa un enorme castañar, cuyos frutos caídos me sirven de tentempié mientras avanzo.

Castañar en el camino a Colsa

Algunos de los ejemplares presentan un aspecto realmente impresionante.

Tronco de castaño

Entretenido comiendo castañas voy solventando las vueltas y revueltas de un senderillo muy agreste que me va llevando por la escarpada ladera.

Subiendo a Colsa

Como se ve, es un camino muy bonito, pero el suelo es una especie de puré oleaginoso en el que cada paso absorbe el pie hasta el tobillo. La soledad y el silencio son absolutos y disfruto mucho de esta parte.

Como esta foto me ha quedado desenfocada y aún así, me gustaba la forma del árbol, me he permitido retocarla un poco para poder conservarla y que adquiera un tono algo onírico.

Tronco

El ambiente es absolutamente húmedo y el frío se cala en los huesos. Aquí no hay un solo rayo de sol que caliente mi cuerpecillo. Poco a poco voy ascendiendo para salir del bosque y contemplar el valle del Saja desde arriba, con la Peña Colsa ya en perspectiva.

Peña Colsa y el valle del Saja

Llego a un mirador que tienen habilitado, con un cartel mostrando las principales cumbres y collados de la zona. Y hay dos seres contemplando el hermoso paisaje en el mirador. Sus cuernos largos y curvos indican que pertenecen a la raza autóctona tudanca.

Dos Tudancas en Colsa

Dejo a las vacas en su contemplación y yo salvo los centenares de metros que me separan del casco urbano de Colsa. Me llevo una gran sorpresa al comprobar que es un pueblo muy cuidado. Imagino que hace años era una aldea abandonada, pero ahora se han reformado las casas y presenta un aspecto de pueblo de segunda residencia.

Colsa

Veo la señal del Ecomuseo que baliza la ruta entre Los Tojos y Ozcaba (que dejé a la derecha de mi camino el lunes a primera hora) y que también resultaría interesante recorrer. Pero no veo señal del GR que me lleve a Los Tojos. El pueblo es diminuto, pero no quiero perder el camino a lo tonto. Veo a una señora de mediana edad que pulula por su jardín y le pregunto. Amablemente me indica que tome la carretera (¿¡carretera!?) que sale justo ahí (me acompaña) y que estaré en un kilómetro en el pueblo. Segunda sorpresa: no sólo Colsa está habitado y muy cuidado, sino que está conectado con Los Tojos por una pista asfaltada. Cómo ha cambiado el cuento desde Ilja y desde la pareja de amigos que recorrió el GR-71 y que lo documentó hace años.

A la salida de Colsa

En efecto, la carreterita es mínima y desde Colsa ya se ve Los Tojos, en un entorno tranquilo y bucólico.

Prados entre Colsa y Los Tojos

No sé por qué tenía la idea de que esta parte iba a ser de orientación compleja, pero ya veo que es tan simple y tan cercana que casi me da rabia.

Los Tojos

Entro en Los Tojos y pregunto a un anciano por la fuente. Me indica amablemente y me dispongo a comer mi embutido, hidratarme y cargar las cantimploras para el asalto final al trayecto de este día tan largo. Llevo 23.6 km y casi 6 horas de andar. Paso un buen rato reponiendo fuerzas y aprovechando la cobertura para informar de mis andanzas.

Casa en Los Tojos

Ya sólo queda conectar este pueblo con Bárcena Mayor. No puede haber pérdida, porque están los dos en el valle y sólo se puede ir en una dirección. Pero también recuerdo haber leído que el camino es más traicionero de lo que parece, con un continuo sube y baja que lo hace más largo y fatigoso de lo que cabría esperar.

Una nueva pregunta a los habitantes amables de la zona me coloca en el camino que abandona el pueblo y lo une al siguiente.

Saliendo de Los Tojos

En un ambiente humanizado pero muy equilibrado, el camino atraviesa un nuevo castañar magnífico donde me tomo de postre otro buen puñado de sus frutos.

Castañar

Pero tras un corto espacio de tiempo el castañar da paso a uno de los robledales más hermosos e impenetrables que he visto nunca. Absolutamente fantástico y salvaje.

En la soledad del robledal

El hayedo de Saja es bellísimo, pero este robledal no le queda a la zaga. Es una verdadera joya botánica en el valle. El camino es de una absoluta serenidad y silencio.

Talud del camino del robledal

De momento no hay pérdida, porque el sendero avanza claro entre el inmenso bosque. Alguna señal del GR tranquiliza de tanto en cuando al caminante. Pero más que las señales creadas por el hombre, me quedo fascinado por algunos rincones que la naturaleza ha diseñado para mí.

Esto estaba ahí sólo para mí

Son innumerables las especies de setas que crecen en este magnífico robledal. En otra situación habría recolectado una gran cantidad de los boletus que me salían al paso. Pero hoy no era día de recolección, sino de observación.

Amanita pantherina

Aunque el camino es más largo de lo que parece, está jalonado de tantos rincones que parece un jardín. Y el trayecto, con ya bastante cansancio acumulado y algo de frío, se hace muy llevadero.

Ni el mejor jardinero zen

Mi sentido arácnido descubre infinidad de sitios donde podría acampar en medio de este maravilloso bosque. Si por lo que sea no llego a Bárcena antes de una hora razonable, buscaré refugio sin problema entre los robles.

Otoño silencioso

El camino sigue y sigue, con pocas pistas de si es el correcto. En un momento sale a mi izquierda una bifurcación igual de buena que la que avanza de frente. Obviamente, no hay constancia en mi mapa oficial de tal opción. Descubro una señal escrita a mano que pone ULTRA, y un muñequito andarín. Imagino que son balizas de una prueba de ultradistancia que se celebró por aquí. Seguiré los pasos de mis compañeros ultreros, qué remedio.

Un tronco

Otro tronco

El camino llega a un río, el Barranco de la Barcenilla. Ya no estoy muy lejos de mi destino.

Barranco de la Barcenilla

Que poco más adelante hay que salvar por este bonito puente, en un ambiente espectacular.

Puente sobre el río Barcenilla

Aquí las señales ya se pierden del todo y surgen posibles desvíos. Yo quiero seguir todo lo más recto posible pues así viene marcado en mi mapa el camino que me llevará a Bárcena Mayor. Desde aquí el paisaje vuelve a estar ya más humanizado, con algunas edificaciones ganaderas.

¿No serán éstas las borricas del primer día?

Uno de mis animales favoritos. Ambos somos unos incomprendidos y unos infravalorados

Y ahora cometo la segunda chorrada del día. Salgo a un lugar muy despejado, con el río Argoza ya al lado, a mi izquierda. Pero hay un coche aparcado y un par de mujeres mayores poniéndose botas de agua y recogiendo castañas. Por lo que dicen, una es la madre y otra la hija. Como soy tan educadito, las saludo correctamente y hago el mínimo comentario: ¿Ya me queda muy poco para Bárcena Mayor, no?

En qué hora lo diría. La más vieja responde: ¡Uhhh! ¡Qué va! Todavía tienes que hacer toda esa curva. ¡Está muy lejos!

A mí me parece que no puede estar tan lejos. Por decir algo y no salir de ahí sin más, les comento que seguiré por el camino que llevo de frente y que ya llegaré. Es ahora cuando la hija me dice muy segura: No, por ahí no llegas a Bárcena. Eso seguro. Ese camino se corta y no llegas. Tienes que salir a la carretera y continuar por ella.

Yo estoy muy soprendido porque hay un camino en mi mapa; Ilja habla de un camino y los chicos del GR-71 salieron de Bárcena por un camino. Insisto pero ella se reafirma.

Lo único que se me ocurre es que salgas a la carretera, continúes por ella hasta ver un camino que sale dos prados más adelante y a lo mejor, a lo mejor, ese camino te lleva.

Yo no sé qué hacer. Si no hubiera preguntado nada ya estaría avanzando, pero me da no sé qué hacerlo por la seguridad que muestran las dos señoras. En general me ha ido bien preguntando a los lugareños. Pero me sorprende tanto que tenga que cruzar el río y seguir por la carretera…

Bueno, qué más me da. Seguiré por la carretera. El cielo está muy cubierto, parece que va a llover de un momento a otro y yo ya quiero llegar a destino. Aún les pregunto cuánto hay hasta el pueblo. Cinco o seis kilómetros, por lo menos

Completamente asombrado por sus respuestas cruzo el puente hacia el otro lado del río (el lado equivocado) y comienzo a andar por la carretera bajo un cielo plomizo. ¿Seis kilómetros? Eso podría ser hora y media por lo menos. Llego de noche seguro.

Con esos sombríos pensamientos veo que al poco hay un camino en la carretera que podría coincidir con lo que me ha dicho la mujer, pero no entiendo cómo va a ser el camino que me lleve a Bárcena sin cruzar el río. Aún así lo sigo y no me lleva más que a un prado. Vuelvo a salir a la carretera con la impresión de que he hecho el primo por preguntar.

Lo gracioso es que ni cinco ni seis kilómetros. Estoy al lado de Bárcena Mayor y se me queda una cara de idiota. Estaba al lado: en el lado correcto del río y no tendría que haber tenido el menor problema en llegar por el sendero que llevaba. Ay, las mujeres y su sentido de la orientación.

Sea como sea, ya estoy en Bárcena Mayor que, lo digo por adelantado y sin dudarlo, es un pueblo de los más bonitos de España. Es la tercera vez que lo visito… pero es la que menos me gusta.

Hay turistas vestidos de turistas, buscando qué comprar y qué comer. Yo avanzo por las calles con mi mochila y mi aspecto marciano y las miradas me taladran. No pinto nada aquí y chirrío como un fantasma en una playa. Hago algunas fotos en los rincones que descubro más apartados, cargo agua por si no encuentro en donde vaya a pernoctar y continúo  hasta donde, por mi última visita al pueblo, creo que puedo encontrar un lugar apropiado para dormir.

Bárcena Mayor

Rincón de artesanía en Bárcena Mayor

no de los pueblos más cuidados y bonitos de España

Me separa una milla justa de la Braña del Castrillo, un lugar muy agradable que tienen acondicionado al lado del río Argoza con mesas, fuentes y barbacoas. En verano seguro que se usa mucho, pero hoy, un día entresemana y chispeando, debería estar muy solitario.

Dejo la mochila en uno de las mesas de madera y busco el mejor sitio para poder acampar sin llamar demasiado la atención. Está prohibido, como siempre. Pero qué le vas a hacer; en un mundo en el que los que matan animales y los quads son buenos y los montañeros son malos hay que sobrevivir como sea. Lo que haré será aguantar justo hasta el ocaso y confiar en que si pasa un coche de forestales los árboles y matorrales me protejan.

Hay un matrimonio mayor a la caza de la castaña en los bosquecillos que rodean el lugar. Pero cuando el sol se pone se montan en su coche y me dejan solo. Es el momento de levantar mi micro-tienda (sí, soy un horrible delincuente ambiental, lo confieso). Lo hago justo a tiempo, porque comienza a llover intensamente. Cae un buen chaparrón en media hora mientras arreglo las cosas en el interior de la tienda (saco, esterilla, ropa…) a salvo de la lluvia. Pero luego escampa y me siento tranquilamente a esperar la hora de la cena, casi ya en la oscuridad más completa y con mi poleo de costumbre.

Lluvia en el campamento

Veo un perro (no agresivo) y cerca viene su dueño. Eso sí que me sorprende, porque ya es de noche y no he oído ningún motor. Saludo al hombre y éste se acerca. Ve la tienda y me pregunta qué tal. Le comento lo que llevo haciendo desde el domingo y comenzamos a hablar animadamente. Resulta que es de Madrid, que lo dejó todo y se vino aquí con su pareja. Vive a escasos metros de donde estamos, en una casa en el camino que sale de frente (hacia el pozo de la Arbencia y Fuentes). Charlamos un buen rato sobre replantearse la vida, dejar lo que no te gusta y tratar de ser feliz. Me ofrece su ayuda si pasa algo durante la noche, porque su casa es la primera. Me da la mano y se va. Curiosas personas hay en este mundo. No todas son horribles y malvadas.

Me preparo la cena: hoy hay cuscús con verduras deshidratadas y albóndigas de atún con tomate, acompañado todo de un paquetito de crackers. Una cena sabrosa y abundante en la oscuridad absoluta del valle. Me acuesto pronto, porque mañana quiero irme de aquí antes de que venga alguien.

Será mi última noche en Cantabria. Esto se acaba.

Hasta mañana

Etapa 3. Tudanca – Saja – Colsa – Los Tojos – Bárcena Mayor: 32.82 km; 8h40′

Tudanca – Prado Concejo – Brañas de Carracedo y Bucierca – Hayedo de Saja – Saja – Colsa – Los Tojos – Bárcena Mayor – Braña del Castrillo

Nota: Se aprecia que lo que llama Tudanca es en realidad Santotis y que, de no haber hecho caso a las «señoras brújulas», mi camino me habría llevado derechito al puente de Bárcena Mayor sin el menor desvío.

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Martes 23 de octubre de 2012 

Me voy a cagar en Babieca, en Rocinante, en Bucéfalo, en Pegaso y hasta en Sombragrís. Menuda nochecita me han dado los caballos. ¡Ahora entiendo lo de los Cantos de la Borrica!

Me quedé dormido enseguida, cansado del palizón de ayer. Pero a eso de la 1:30 me ha despertado el cencerro (aquí lo llaman campano) de un caballo que merodeaba por mi parte del mundo. Cada vez más cerca. Llega a ser tan irritante que saco la cabeza de la tienda con el frontal encendido para ver si se asusta y se va a pacer a cualquier otro lado del inmenso prado en el que estamos. Otra cosa no habrá, ¡pero sitio!

La luz apenas lo aleja unos minutos. Vuelve a la carga, no importa que le dé voces y me acuerde de su señora madre. Desesperante porque se le van uniendo más y más amigos. ¿Por qué? ¿Por qué vienen aquí a comer? ¿Es que no duermen? ¿Son los caballos aves nocturnas como el búho y el mochuelo? Joder, que quiero dormir un poco…

Llega un momento en que ya se animan tanto que tropiezan con los vientos de la tienda. Salgo a cagarme en su padre pero sólo consigo que los potrillos se alejen al galope unos metros para luego retomar su ronda nocturna. Los mayores ni se molestan en alejarse. Aprovecho para empaparme del bellísimo firmamento. En fin, es lo que hay. Consigo dormir algo porque recuerdo algún sueño. Pero no se alejaron de mi en toda la noche. También escuché a los ciervos berrear. De manera que te subes al culo del mundo, en un lugar apartado de la civilización, y resulta que hay más silencio en mi casa de Madrid.

Como no he descansado lo suficiente me hago el remolón en el saco. Sé que hoy la jornada es más corta (y a priori menos dura) que la de ayer. Así que no tengo demasiada prisa. Cuando me levanto, harto ya de los equinos malévolos, la mañana acaba de nacer y quiero disfrutarla.

Amanecer en los Cantos de la Borrica

La mañana es perfecta. No ha hecho demasiado frío por la noche y el día promete sol y tiempo estable. Son momentos de gran placidez en los que agradezco estar solo. Así no hay que hablar y no se rompe el hechizo del alba.

Amanece en el Saja

Me voy hacia la fuente a prepararme el desayuno: café soluble con leche en polvo y azúcar integrados en el mismo sobre, tres Weetabix y una tarrina de mermelada de fresa; con esos ingredientes se preparan unas gachas potentes que me darán energía toda la mañana.

Aunque la energía la obtengo más del mundo que me rodea que de los alimentos.

Amanecer en la Sierra del Cordel

Desayuno tranquilamente en las inmediaciones del refugio, a mis pies el antiguo glaciar y el nuevo valle del Saja. Y el cabrito del campano.

Desayuno yo; desayuna él

En cuanto sale el sol y se iluminan los bloques de conglomerado, la magia se impregna en las montañas. Los rayos oblicuos lo tiñen todo de oro.

Despierta la Sierra del Cordel

Vuelvo a mi campamento a airear el saco, la ropa y empezar a empacar todo el material. He estado oyendo un motor a lo lejos, pero no he visto el coche. Al poco veo a dos personas que llegan desde la pista forestal en dirección al refugio. Yo sigo a lo mío, pero al ver que se sientan al sol en la puerta y que van a descansar un poco, me voy con el mapa a saludarles y ver si me dan algún consejo u orientación, pues he perdido las indicaciones de Ilja y no quisiera dar vueltas antes de tomar la dirección apropiada.

Son dos hombres de unos cuarenta años, de la zona, con unas pequeñas mochilas. Pero me confiesan que no saben casi nada. No conocen ni los nombres más significativos (Collado de Sejos, de Piedra Jincá…) y que sólo habían llegado una vez hasta el refugio. Tienen de montañeros lo que yo de cantaor flamenco. De hecho, lo que tienen es como kilo y medio de lonchas de jamón y se van preparando unos bocadillos tremendos. Me vuelvo abajo, hacia la tienda, a tiempo de salvar unos calcetines de la voracidad de la recua de caballos que empieza de nuevo a arremolinarse.

A punto de sufrir bullying equino

Puede resultar ridículo, pero soy asaltado por una docena de caballos que me rodean y me empiezan a mordisquear todo lo que tengo desperdigado: justo a la izquierda de la tienda me apropié de uno de los cantos para secar la ropa húmeda de ayer, colocar la mochila y el resto del equipo a salvo de la humedad del rocío. Llega a ser tan surrealista como que iba corriendo de la roca a la tienda en cuanto me mordisqueaban el doble techo al haberlo dejado en el suelo para salvar la camiseta térmica que ya había trincado un caballito especialmente intrépido. La cosa sería cómica (lo fue) si no fuera porque me están acosando de verdad.

Otro personaje se une al gag. Veo que viene un hombre mayor, con hechuras de ganadero de la zona, a grandes trancos. Lo saludo al verlo próximo y me dice que se le ha perdido un caballo y que está buscándolo. No es ninguno de estos (cabrones) que me están acosando. Dice que esto pasa porque la gente les da pan y algunas golosinas y en cuanto ven a una persona lo asocian con azúcar y comida fácil. Me da tiempo a preguntarle y me orienta en cuestión de segundos. Ahí está Sejos, ahí está Piedra Jincá. Muchas gracias y buena suerte con el caballo.

Recojo de mala manera el material con ganas de salir de esta situación tan estúpida y remonto la loma tras el canto del refugio. Se me ha hecho tardísimo, son las 11:15 de la mañana con el rollo de los jumentos.

Los Cantos de la Borrica desde la loma de subida a Sejos

En 15′ justos estoy en los Puertos de Sejos (1.498 m). Y me quedo boquiabierto de las vistas excepcionales que se abren en este collado. Las fotografías desmerecen un tanto la grandiosidad de lo que los ojos abarcaban desde allí.

Llegando a los Puertos de Sejos

Una serie impresionante de cordilleras en diferentes planos y niveles. Al fondo Picos de Europa ya manchados de nieves. Desconozco gran parte de la toponimia de esta región, pero el valle de Polaciones se presenta magnífico enmarcado entre estas maravillosas montañas.

Collado de los Puertos de Sejos

Tomo una decisión: ya que he perdido las indicaciones de Ilja que me llevarían a Puente Pumar desde el collado de la Piedra Jincá (o Hilton, según él; lo digo sin maldad), escojo la variante que contempla en su mapa de bajar desde aquí al pueblecito de Uznayo y seguir desde él a Puente Pumar. El camino es una pista forestal de unos 8 km y se presenta sencillo, ligero y con unas vistas prodigiosas sobre el valle de Polaciones donde se asientan dichos pueblos.

Decidido.

Pero ya que estoy aquí quiero conocer el otro collado y, sobre todo, ver los menhires que hay por aquí. El camino es claro y definido: seguir esas rodadas hasta el collado del Hitón. Y en medio encontraré los restos arqueológicos.

De Sejos a Piedra Jincá

El camino es lo que aquí llaman una cambera: las huellas que van dejando los vehículos en la hierba. Está todo lleno de barro pero es sencillo seguirlas sin el menor problema. Además, a la derecha de la subida existe una valla de alambre que delimita la comarca de Campoo-Cabuérniga de la de Polaciones.

Vistas del valle de Polaciones en la subida a Piedra Jincá

Y el único poste claro y rotundo de señalización de las rutas del Ecomuseo.

Balizas en Sejos

Y en medio de la subida, el corralito acotado de los menhires.

Menhires de Sejos

Detalle de uno de los menhires

Curioseo entre ellos y me dispongo a subir a ver el que da nombre al siguiente collado. El Hitón o Piedra Jincá (1.548 m), a los pies del Cueto de la Concilla  y que da paso al camino que siguió Ilja hacia Puente Pumar.

Collado de Piedra Jincá (1.548 m). Al fondo la Concilla (1.922 m)

Ganas dan de ascender a la Concilla, pero me había propuesto no subir ningún pico en este viaje. Sólo caminar siguiendo la huella del alemán. Tampoco quiero mirar el camino que se abre a la izquierda hacia Puente Pumar desde aquí. Ya he decidido hacerlo desde Sejos a Uznayo y no quiero meter más variables que me hagan dudar o querer hacerlo todo. He tardado otros 15′ en subir, y otros tantos en volver a Sejos. Así que 45′ después de mi campamento inicio el descenso de los Puertos hacia el hermosísimo Valle de Polaciones.

Valle de Polaciones

Siguiente parada, Uznayo (900 m).

El camino consiste en una magnífica pista forestal en perfecto estado que desciende de manera suave y agradable hasta el primer pueblo del valle. Tras la dureza de los últimos 10 km de ayer, esto es un paseo. Eso sí, con unas vistas maravillosas.

El valle de Polaciones quedará para siempre en mi recuerdo

Serbal de los Cazadores entre acebos

El camino es una auténtica gozada. Me alegro de haber tomado esta variante, aunque siempre que se elige se pierde algo. Dejo para el futuro bajar desde Piedrá Jincá a Puente Pumar directamente.

Hacia Uznayo

Es un entorno humanizado. Pero muy poco humanizado. Equilibradamente humanizado. Sosteniblemente humanizado. Los pueblecillos del valle tienen entre 15-50 personas cada uno. Los habitantes, todos mayores, se dedican a la ganadería extensiva. Las vacas y caballos campan a sus anchas en un entorno perfecto para su crianza.

Ganado en Polaciones

Prados, montañas, hayedos… Personas viviendo en equilibrio con toda esta maravilla natural.

Llegando al valle

Me encuentro con un hombre mayor en su todo terreno que sale de una de las edificaciones ganaderas que salpimentan el valle. Le pido consejo para llegar a Uznayo y me recomienda una bifurcación que no aparece en mi mapa y que me permitirá acortar un poco lo que él llama una vuelta muy grande si sigo por la pista general. Tengo que decir que no corresponde con lo que llevo impreso pero le hago caso y llego muy rápido al fondo del valle.

Ya veo el pueblo, colgado de las lomas.

Pista a Uznayo

Como se aprecia, el día se estaba despejando por completo y hacía ya casi calor. Mientras me iba acercando a Uznayo iba pensando que las horas centrales del día me encontrarían en la gran subida de la jornada: desde Puente Pumar al Collado de Pantrieme.

Uznayo a la vuelta del camino

He tardado 2h para 8.6 km. Está claro que con el atajo que me ha recomendado el paisano he reducido la distancia, pues en estos kilómetros están incluidos los 45′ previos a la pista desde Sejos. Me detengo en la jugosa fuente del pueblo y saludo a dos personas mayores que toman el sol a la puerta de su casa. Me hidrato y hago una llamada aprovechando la cobertura. Todo va bien, todo está perfecto y no ha habido el menor contratiempo.

Rincón en Uznayo

Descanso unos minutos y reemprendo la marcha que me llevará de Uznayo a Puente Pumar por una carreterita minúscula de menos de 3 km. El Cueto de la Jaya (1.311 m) se muestra ya prominente desde las afueras del pueblo. Va a haber que subir bastante.

Cueto de la Jaya desde la carretera de Uznayo

Es el segundo tramo de asfalto que hago en este viaje, pero no es desagradable. No me encuentro con ningún vehículo y las vistas son muy bonitas.

Laderas cubiertas de hayas del Cueto de la Jaya

Llego enseguida a Puente Pumar (2h 35′ – 11.6 km), donde no me cruzo con nadie. Me acerco a la iglesia para descansar unos minutos, tomar una barrita energética y prepararme para el mayor desnivel de la jornada.

Iglesia de Puente Pumar

El camino es evidente. Detrás de la iglesia y todo para arriba. El pueblo está en una ladera y una pequeña calle va culebreando hasta ganar altura y meterse en las faldas del Cueto de la Jaya.

Uznayo y Puente Pumar desde la subida al Cueto de la Jaya

El calor aprieta, son las horas centrales del día, es una subida continuada y sé que son esos momentos que siempre tengo malos en las rutas. Llevo agua de sobra, así que por eso no tengo que preocuparme. Pero tengo cierta aprensión porque en el mapa no hay camino posible entre el collado de Pantrieme y las pistas que se encuentran al otro lado de esta montaña. Ilja hablaba de tomar un caminillo que salía en una de las revueltas de la pista antes de ascender del todo al Cueto. Muy vagas indicaciones que ni siquiera llevo ya escritas.

Hacia el Collado de Pantrieme

Afortunadamente un perrazo enorme quiere devorarme en las primeras rampas de subida. Y digo afortunadamente porque el perro viene acompañado de su amo, un hombre más joven que yo y de aspecto algo hippie que desciende por un camino paralelo al que yo sigo. Conseguimos que el asesino cánido no se alimente de mi cadáver y le comento lo que voy a hacer. Me confirma que tras el collado hay un camino de vacas (literalmente), que no es más que una traza que hay que ir siguiendo hasta que se junta abajo con las pistas ya buenas del barranco. Me alegro -doblemente- de confirmar que existe el caminillo y de mantener intacta mi anatomía y nos despedimos.

Y el camino que ahora sigo es mucho más bonito de lo que imaginaba. Me esperaba una pista en un terreno despejado y algo polvoriento, pero voy avanzando por un hayedo espectacular.

Dentro del hayedo

Puesto que en la cima del Cueto de la Jaya hay antenas de comunicación, hay total cobertura y puedo ir charlando por teléfono mientras me adentro en el bosque. La frondosidad de las hayas me alivia del calor del mediodía y avanzo muy a gusto.

Mirada atrás hacia el valle desde el hayedo

Si la parte dura del día era esto, menudo paseíto más majo… Voy tan entretenido que me dedico a hacer fotos de hayas en pleno proceso de otoñización sin reparar en nada más.

Hayas otoñales

Hayedo en las faldas del Cueto de la Jaya

Y al llegar aquí me doy cuenta de algo… ¿No debería estar subiendo decididamente la ladera hacia el collado? Porque el camino ha dejado de ascender para mantenerse en el mismo nivel desde hace varios minutos.

Demasiado bonito para ser verdad

En la siguiente vuelta del camino, ¡casi ya tendiendo a la bajada! descubro esta pequeña cascada en un entorno élfico de una gran belleza.

Cascada en el hayedo

Algo no marcha bien. En efecto, a los pocos metros el camino se detiene. No hay más. Se acabó. Ende.

Era obvio que había que subir por una pista forestal pelada y yo iba por un hayedo magnífico. Sé que bastante atrás el camino que llevaba se bifurcaba y yo tomé el de la izquierda, porque en mi mapa el camino de la derecha se alejaba del cueto y se internaba en otras lomas. Pero los mapas, ay los mapas, se quedan obsoletos y pocas veces corresponden con la realidad. Y yo iba tan ensimismado con las fotos que ni me planteé que no era el correcto.

Bueno, tengo dos opciones: volver sobre mis pasos hasta la bifurcación y ascender por la pista pelada; o ya que estoy aquí, subir por la ladera de hayas hasta acercarme lo más posible al collado por las bravas.

El que me conozca ya sabe lo que hice.

Ladera arriba hacia el collado

Al principio la ladera sólo presenta el problema del desnivel y de las piedrotas que surgen entre las hayas. El bosque es bonito y no me importa esforzarme un poco en ir ascendiendo a cholón. Al fin y al cabo es lo que suele tocar siempre en las rutas montañeras. Y la jornada estaba siendo demasiado sencilla y plácida para mis gustos cañeros. Lo malo es que tras las hayas hay una enorme loma de tojos (pinchudos en mi jerga personal). Se vislumbra el collado pero está defendido por una alfombra inexpugnable de agujas que me lo ponen difícil. Sé que siempre me tocan estas cosas a la hora del mediodía: calor, deshidratación, malas decisiones seguidas de otras peores.

Pero soy muy terco y nada dura eternamente. Tras zigzagear durante media hora entre los desagradables matorrales salgo a un terreno más despejado.

Mirando atrás al salir de los espinos. Las hayas del bosque y el mar de matojos pinchudos

En la imagen se ve (además de todas las montañas que he dejado atrás)  que he subido por la ladera de hayas para desembocar en los enebros rastreros mientras se ve la suave y sencilla pista que bordea toda la vaguada. Mejor. Así me gusta más. Ya estoy arriba. Ahora a buscar el borroso camino que me ha de conducir collado abajo hacia el Barranco de Jalgar.

Mirada atrás en la pista de subida al Cueto de la Jaya

Encontrar el arranque del camino me está resultando más complicado de lo que que pueda parecer. No hay nada evidente. Se supone, por lo que recuerdo de las instrucciones de Ilja, que sale en una de las revueltas de la pista antes de subir decididamente a la cima del Cueto de la Jaya.

Collado de Pantrieme

La idea es clara: consiste en bajar desde el collado y llegar hasta el fondo del barranco que forma el río Jalgar. Desde ahí, ascender por una pista definida y virada por esa montaña que se ve en el fondo y que conduce al pueblo de Tudanca. Lo malo es que tirarse así por donde sea a un barranco, con el tipo de terreno tan malo que hay aquí…

Intento ver dónde están las vacas y los caballos para comprobar si hay alguna traza que se pueda tildar de camino. Los que veo están en el lado derecho del collado, en las inmediaciones de un riachuelo que cae hacia el barranco. No me queda otra, sigo por ahí con la confianza de encontrar un camino. Pero vuelven los pinchos, y para huir de ellos, juncos sobre un terreno pantanoso en el que sólo hay dos posibilidades: barro o agua con barro. Es tan desesperante el avance que decido cruzar el arroyo (con húmedos y mucilaginosos resultados) aunque sé que no hay camino por ahí. Pero avanzo unos metros divisando más abajo toda la red de caminos y pistas que me gustaría estar ya triscando.

En el dibujo del mapa de Ilja el caminillo se despliega al otro lado de donde avanzo. Y veo unas vacas en fila india en la ladera de la ribera opuesta del riachuelo. Ése tiene que ser el camino. Vuelvo a cruzar el pantanal (con idénticos resultados) y remonto la loma repletita de mis amigos los pinchudos. Pero esta vez doy con el camino. Una especie de trinchera de cieno y agua, pero que baja con decisión desde el collado.

Camino hacia el barranco

No tardo en comprender que estoy ya en el correcto y a medida que voy bajando (de manera lenta y dificultosa) va mejorando. A cada cien metros la cosa mejora más y más. El terreno se hace más llevadero y termina siendo un sendero decididamente bonito.

La red de pistas que me conducirá a Tudanca

Pasado el collado, el sendero se vuelve herboso y, aunque lleno de agua y barro, atraviesa un arroyo en cascada y algunas zonas umbrías bastante agradables (Barranco del Vaho Sobayo).

El sendero claramente definido hacia el barranco

Bueno, he pasado un par de horitas duras entre subir a trocha y bajar a capón. Pero esto ya es de nuevo un paisaje hermoso y vuelvo a disfrutar (el que me conozca sabe que también disfruto cuando vienen malas cartas).

Mirada atrás hacia el collado de Pantrieme una vez ha pasado lo peor

Tanto ha mejorado mi camino que desemboca en una pista que viene de las montañas y que ya aparece en mi mapa. De aquí a Tudanca el mapa se corresponde con la realidad punto por punto (y se agradece).

Enganchándome a la pista desde el collado de Pantrieme

A la izquierda las montañotas que nos separan del valle de Polaciones porque ya nos encontramos en la vertiente del valle del Nansa.

Vistas del Cueto Cucón (1.956 m)

Estoy bajando a toda pastilla hacia el fondo del Barranco de Jalgar. Eso sólo tiene una consecuencia que se deduce fácilmente del mapa y de la realidad: luego hay que subir por el otro lado del barranco.

Macizo de Peña Sagra

Antes de cruzar el puente del Jalgar

Bueno, ya sólo queda el empujón final. Llevo 5h 23′ cuando conecto con la pista principal que lleva a Tudanca. La tarde es muy calurosa, llevo muchos kilómetros de sube y baja y ahora me toca ascender las zetas que remonten el barranco y me conduzcan al valle del río Nansa. Es sólo un último esfuerzo que me tomo con resignación, a pesar de que las rampas son bastante duras.

Y las vistas aligeran en gran medida el esfuerzo

En un entorno realmente luminoso y espectacular.

Último rincón antes de cambiar de perspectiva y abandonar el Barranco de Jalgar

Aún me restará casi una hora hasta llegar a las calles de Tudanca. Voy subiendo en zigzag bajo un sol de justicia (quién lo diría escribiendo esto una semana más tarde con lo malo que está haciendo en toda la península) y sudando la gota gorda. Al llegar a la pequeña edificación del Humilladero de Collado de Hoz me quito la mochila, me hidrato bien y descanso unos minutos. Creo que ya he subido todo el barranco y sólo me queda bajar hasta el valle donde se asienta el pueblo de Tudanca. El camino es muy bueno y en claro descenso. Ingreso en un magnífico robledal mientras ya adivino los tejados de las casitas desperdigadas por el fondo del valle. Voy con un ojo en modo scanner para descubrir algún lugar apropiado para acampar, porque no tengo intención de continuar más allá la ruta por hoy y no quiero volver a subir otra montañota y alejarme del pueblo. Pero el robledal está en una ladera completamente vertical y sin un solo lugar llano y libre de la selva que forman los jóvenes rebollos. El único emplazamiento llano que veo está pegado a un torrente y sería un lugar húmedo y frío para dormir. Veremos la configuración del pueblo y confiemos en que habrá algún prado apartado donde ocultarme.

Veo también el punto donde se inicia la ruta de mañana, con un cartel del Ecomuseo (caído, pero sin posible duda en su orientación). Bien, todo va cuadrando. Estoy cansado y pinchado en las pantorrillas, pero contento. Llego a las calles empinadas de Tudanca (un pueblo muy bonito) y me acerco hasta el punto más identificativo de cada aldea española: su iglesia. En el pórtico dejo la mochila y estiro un poco los hombros cansados de triscar arriba y abajo con tanto peso añadido. He tardado hoy mucho menos: 6h 15′.

Tudanca. El camino desde el Barranco de Jalgar viene desde la parte iluminada por el sol a la derecha

La tarde es realmente espléndida. Me acerco hasta una valla de madera que hay en el parking para turistas (un solo coche, y abandonado) y tomo unas instantáneas de las vistas.

La Lastra y el macizo de Peña Sagra

Cueto de la Jaya y pequeño embalse desde Tudanca

Veo a tres hombres mayores charlando un poco más arriba de la calle principal de la iglesia y me acerco a ellos. Me miran con curiosidad por mis ropas y aspecto (mallas, ropa de montaña, un buff al cuello), pero son muy amables y enseguida rompo el hielo. Les pregunto dónde podría coger agua y me acompañan de nuevo hasta la iglesia, donde un par de chorros potentes caen incansables. Me cantan las alabanzas de esta agua fría y saludable (no la traté con pastillas porque vi que todo el mundo cogía el agua en garrafas de la fuente) y ya me sirve para comentar la belleza del entorno de su pueblo; con eso me conquisto su corazón y comenzamos a charlar animadamente. Uno es un prejubilado que ha trabajado toda la vida cortando madera en los bosques de Euzkadi y ahora ha vuelto a su terruño por nostalgia. El otro, más mayor, es un auténtico vaquero, contador de una y mil anécdotas. Pasamos más de una hora charlando de toda la zona. Me cuentan historias de todo tipo, como el anciano vaquero que pasó una vez 60 días seguidos en los Cantos de la Borrica. Y cuando les relato por dónde he estado y lo que he visto, se quedan encantados de que conozca tanto y que me haya gustado tanto su comarca.

Les comento que hoy pensaba dormir por aquí y si me pueden decir de algún sitio donde no moleste y pueda plantar una pequeña tienda. Ambos me dicen inmediatamente que no molesto, que puedo acampar donde quiera y que nadie del pueblo (cifran en 20 personas los que están ahora mismo) me va a decir nada por dormir aquí. El más joven me dice que aquí, en el jardincillo de la iglesia voy a estar bien. Tengo suelo mullido, el agua de la fuente y nadie va a venir a molestarme. No hay servicio de misas y a partir de las ocho de la tarde ya nadie sale a la calle. A mí me da un poco de reparo por si alguien se puede ofender, al tratarse de un edificio religioso. Ambos insisten y me convencen. A mí me viene de perlas, por el agua, por el césped y por el techado que tiene la iglesia donde puedo desparramar todos mis aparejos y cocinar en el poyete.

Iglesia de Tudanca

Aún conversamos un rato más y se unen dos señoras muy ancianas pero muy simpáticas y sonrientes que se asombran de lo que estoy haciendo (una me dice que tengo mucho coraje por ir solo por las montañas; nunca me habían dicho eso). También me dice una de ellas que ahora hacemos de paseo lo que ella antes tenía que hacer cada día de trabajo; y no le falta razón. Les hace mucha gracia cuando ven, un rato más tarde, mi tiendecita levantada (¿Pero cómo vas a dormir ahí? ¡Yo no lo haría!). Personas sencillas, amables, educadas, generosas y muy conversadoras que me hicieron pasar un par de horas muy agradables bajo el solecito de la tarde.

El campamento más raro que he tenido nunca

El día ha sido perfecto. Buen tiempo, buenos paisajes, su puntito de aventura en el collado de Pantrieme y una tarde larga para descansar, recuperarme y meditar en el silencio soleado de Tudanca con un poleo en la mano. Mis ojos ya buscan el camino que recorreré mañana.

El sol en el mirador sobre Tudanca

La poca actividad en el pueblo se va difuminando. Frente a mí hay dos jóvenes trabajando en un edificio en rehabilitación que lleva el nombre de Tablanca, en clara alusión al nombre inventado por José María de Pereda para disfrazar el de Tudanca en su novela Peñas Arriba.

A las siete se van y me quedo solo en silencio, en el valle del río Nansa. El viaje está resultando tan perfecto que casi parece mentira. Ni el menor contratiempo. Pero mañana sé que el día va a ser largo (9 horas según los cálculos de Ilja) y quiero levantarme temprano, antes de que el pueblo despierte  y dejar todo recogido como si no hubiera estado aquí. Me preparo una cena nutritiva.

Auténtica comida en bolsa: pasta oriental sabor a gambas con salchichas de atún

Y me voy pronto a dormir, que mañana quiero estar saliendo a las 9.

Así que, hasta mañana

Etapa 2. Cantos de la Borrica – Puertos de Sejos – Barranco de Jalgar – Tudanca: 22.8 km, 6h 15′.

Cantos de la Borrica – Puertos de Sejos – Collado de Piedra Jincá – Puertos de Sejos – Uznayo – Puente Pumar – Collado de Pantrieme – Barranco de Jalgar – Tudanca

Nota: En Google Earth se ven dos errores en esta comarca: marca Polaciones como un pueblo cuando no hay ninguno que se llame así (creo que ése es Pejanda); y donde marca Tudanca en realidad es el pueblo de Santotis, más adelante en el valle.

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Lunes 22 de octubre de 2012 (cont.)

Es un hecho; no he encontrado el camino secreto que me llevaría derechito al inicio de la segunda parte del recorrido. Así que decido continuar por la carretera hasta dar con el camino que me haga remontar desde el Pozo del Amo hasta las montañas. No puede ser muy complicado encontrar ese punto de arranque.

Bien, echo a andar por la carreterita. Que no desmerece tampoco el paisaje. Es solitaria, revirada y sólo me crucé con un motorista con alforjas que me saludó al pasar.

Un par de kilómetros por la carretera

Enseguida llego a un recodo que tiene el nombre de La Costanilla, donde un barranco desciende entre unas peñas.

La Costanilla

Posteriormente llego al puente sobre el incipiente Saja, donde se oculta (literalmente) la cascada del Pozo del Amo. Por el contraluz y lo complicado del claroscuro, las fotos que hago son todas muy deficientes.

Pozo del Amo

Bueno, según mi mapa tiene que salir un sendero hacia las montañas en las inmediaciones del Pozo. Tiene que estar muy cerca. Llevo unas referencias de una ruta escrita (al revés de lo que voy a hacer yo) y dicen que se sale en el km 25 de la carretera. Es obvio que es un disparate, porque estoy pasando por el punto kilométrico 14. Gran parte de las rutas publicadas se copian unas de otras y van perpetuando errores a través de los años.

Hay un sendero que se interna en el bosque en la dirección correcta. Miro al otro lado de la carretera y no acierto a imaginar por dónde subiría Ilja desde su camino hasta aquí. No parece que coincida con su descripción. Quizás es un poco más adelante. Sigo unos cientos de metros y no veo nada. Vuelvo a este punto y tiro para arriba. Sí, hay un sendero que asciende por el hayedo.

Una primera Jaya Cruzá

Pero el sendero se va difuminando hasta ser sólo una insinuación. Afortunadamente tengo sangre Cheyene y soy capaz de intuir por dónde pasó el último neandertal que habitó esta zona hace 35.000 años.

Ya sin sendero

Infinidad de regatos cruzan el camino

Tras alguna duda (y la certeza de que éste no puede ser el camino correcto) aparezco en otro más definido y claro que sí es el que debería haber tomado. Parece que algo más adelante debe de haber una forma de acceso más sensata al Canal del Infierno, que es donde me encuentro ya. Y al poco de seguir esta senda me topo con la famosísima Jaya Cruzá. Llevo 4h17′ sin parar de caminar.

Jaya Cruzá

Se trata sin duda de un árbol muy singular. No el único con esta retorcida configuración, pero sí uno de los más grandes que se puede encontrar por aquí.

Bellísimo tronco del haya cruzada

Bueno, sin haber perdido la calma y a pesar del mal inicio, ya estoy donde debería estar. De aquí hasta las montañas no tiene que haber ya más pérdidas ni dudas. El camino sólo puede ser uno: remontar estos arroyos salvajes hasta la cabecera; y sólo se puede hacer por el estrecho senderillo abierto en el barranco.

O por ahí, o por ningún otro lado.

La selva de la Canal del Infierno

El sendero sube y sube, gira y gira para ganar altura. Deja pocos momentos de respiro para alguien que lleva ya tantas horas caminando con una mochila pesada a la espalda. La sensación es de intensa humedad. El hayedo es primigenio, muy hermoso, pero resulta algo apabullante. No es tan risueño como el de esta mañana; allí podrías esperar ver salir a Merry y a Pippin; aquí Boromir estaría con un ojo en el suelo y otro en las sombras húmedas de la salvaje ladera. Creo que el lector me sabrá entender.

Voy avanzando a ritmo, sin agotarme. El camino se hace cada vez más pedregoso y húmedo hasta llegar a la zona conocida por Tramburríos (entre ambos ríos). Aquí se juntan dos cursos de agua: el arroyo del Diablo o Bijoz, y el río Alberiza o del Infierno, que es el que sigo yo. Siempre he pensado que muchos de los nombres topográficos son demasiado melodramáticos, pero claro, lo digo yo ahora que no he tenido que abrirlos hace siglos llevando unas abarcas y una pelliza de lana.

La fotografía no deja muy clara esta confluencia y pido disculpas. Es tal el caos de rocas y agua que es difícil hacerse a la idea de dónde y cómo se juntan estos dos ríos.

Tramburríos

Tramburríos

La primera foto es mirando corriente abajo, entrando por la derecha de la imagen. El río Bijoz entra detrás esas rocas que se ven también a la derecha. Entre ambos forman el río Saja.

Y esta foto es desde el mismo punto, pero corriente arriba, por donde desciende estruendoso el Alberiza y que seguiré hasta su cabecera. Llevo 20 km y 5h de camino.

Río Alberiza o del Diablo

Si hasta el momento el sendero es el típico de montaña que va retorciéndose para ganar altura, ahora hace lo mismo pero con el firme mucho más deteriorado. Es más rocoso, con restos de losas antiguas, cubierto de barro y torrentes de agua que se despeñan desde la ladera. Hay que ir más despacio, con más precaución. Gracias a las zapatillas que llevo (The North Face Ultra 103 XCR) me voy librando de ir completamente empapado. Considero que he acertado plenamente al haber elegido este calzado para la travesía: son cómodas como zapatillas de trail y resistentes y poderosas como botas de montaña. El gore-tex aguanta meterlas en el barro succionador que me atrapa en ocasiones y en los riachuelos que no dejan de manar de todas partes. Aunque el camino se está volviendo poco menos que una sopa de agua y barro, aún llevo los pies secos. Veamos, Jaya Cruzá está a 650m; Tramburríos a 750m. Sejos a 1,498m. Aún queda mucho desnivel y estoy ya bastante cansado.

De hecho, enseguida el camino se vuelve pino y me separo del agua en pocos instantes. El senderín pasa por una zona un poco expuesta en la que han acondicionado una pequeña valla de madera por aquello de no tener un disgusto.

Barandilla de madera protectora en un tramo un poco aéreo

Pero a pesar del desnivel, del barro, de las piedras, de la humedad, (de los orcos acechando en las sombras), el lugar es de una belleza primigenia y salvaje espeluznante.

Belleza salvaje

Y a pesar de la mochila, de los resbalones en las piedras húmedas y del chapoteo constante, cada rincón es una experiencia sensorial única que nunca olvidaré.

Camino. Hayas. Luz

Lo bueno de ir con los ojos abiertos es que todo un mundo diminuto se abre ante mí. Tengo tiempo para cada detalle y cada minúsculo ser.

Setas en el musgo

En cada vuelta, a cada paso, me detengo y disfruto del lugar maravilloso en el que me encuentro. Si no fuera por esto lo que hago carecería por completo de sentido. Andar grandes distancias podría hacerlo en una cinta. Estoy aquí para mirar este tronco de haya. Para nada más.

Simbiosis

He ganado muchos metros de altitud en poco tiempo. El barranco se va abriendo y no es tan cerrado y ominoso. Hay otra zona protegida por vallas de madera que se abren al precipicio.

Cada vez más cerca

El entorno se va haciendo más montañero y menos boscoso. Ya no me puede quedar mucho para salir de este hayedo.

Casi por encima de las hayas

Lo que no mejora es el terreno que piso: hay momentos en el que el camino es una cascada por la que hay que ir trepando. ¡Y esto con un tiempo seco y magnífico! ¿Cómo será este camino lloviendo torrencialmente? No lo quiero ni imaginar, pero podría ser impracticable. Llevo 6h de marcha sin parar un solo instante más que a consultar el mapa o las instrucciones de Ilja… espera, ¿dónde están?

Los Molinucos del Diablo se adivinan entre estas hayas

¡Arrrggg!

El domingo antes de salir fui a fotocopiar las páginas del libro de Schröder para llevar sus referencias conmigo. Pero se dieron dos circunstancias poco comunes: me quedé sin tinta en la impresora y no encontré el portamapas que siempre utilizo en mis salidas para llevar mapas y papeles de apoyo. Así que, con todo el dolor de mi corazón, arranqué las páginas del libro dedicadas a esta travesía y las metí en la mochila junto al mapa. De modo que llevaba el original en la mano, en un ambiente completamente chorreante y oscuro. Cada vez que paraba a hacer una de estas fotos tenía que dejar el bastón y los mapas en el suelo, o en un tronco, o en una piedra. Cada vez se iban deteriorando más. Y al llegar a este punto de esta imagen me di cuenta de que la página principal de Ilja donde describía esta ruta y el resto de lo que me quedaba por hacer… se había perdido. En alguna revuelta del camino, en algún torrente cantarín de los que había cruzado o vete a saber dónde, esa página en concreto (no la que traía fotos e información general, sino la primordial) se había quedado atrás.

Bien. Sin referencias de aquí al final.

Al menos tengo el mapa.

Y llego a los Molinucos del Diablo (aquí todo es muy diabólico e infernal) a 1.122 m.

Los Molinucos del Diablo. Al fondo el Cueto de la Concilla

Como se ve, son unas estribaciones muy curiosas que bajan desde el Cueto de la Concilla (1.922 m).

Los Molinucos del Diablo (1.122 m)

Llevo 6h15′ y siempre parece que queda un poco más para salir del hayedo. Pero es obvio que me estoy acercando a la cabecera porque el río Alberiza está de nuevo muy próximo. Lo que no me imaginaba es que me quedaban aún casi dos horas de trayecto.

Río Alberiza

Río Alberiza o del Diablo

Al pasar por el enésimo riachuelo meto la pierna hasta la pantorrilla y el agua se me mete en la zapatilla. Eso no me gusta; la mezcla de grandes distancias y agua me conducen irremediablemente a ampollas. Bien es verdad que me he ido librando hasta ahora. Pero es otro inconveniente más. Tengo ya ganas de llegar.

El largo y húmedo camino

¡Ya he salido! Ya no hay bosque ni laderas sombrías. Salgo a pastos, a la luz, a la montaña.

Dejando atrás el hayedo

¡Montañas! ¿Qué hay más hermoso?

Montañas al fin

Por primera vez, tengo que cruzar el río. Se hace mediante este puentecillo (Ilja le dio un nombre, pero como he perdido sus páginas, no recuerdo el nombre (puente de la Concilla, tal vez?).

Puente de la Concilla (sin confirmar el nombre)

Este puente tiene la peculiaridad de que para descender al otro lado hay que ayudarse de ese abedul que vemos a la derecha, porque para saltar de la piedrota en la que se asienta el puente a los tres listones (que no escalera) del otro lado, o te agarras al abedul o no llegas.

Senderillo en el Sel del Abidul

Y comienza ahora un mínimo sendero embarrado de 15 cms de ancho que va siguiendo el río por su margen izquierda, apenas una trocha de conejos un poco desesperante por el barro y porque se difumina y pierde a cada paso. No hay pérdida posible, pero tampoco hay una trayectoria clara y segura.

Me encuentro en el Sel del Abidul (que es como llaman aquí al abedul). Las hayas han desaparecido y los únicos árboles que aguantan a esta altura son los hermosos abedules. El lugar es realmente pintoresco.

Cabecera del Alberiza en el Sel del Abidul

Rincón del Sel del Abidul

Bueno, ahora recuerdo de las indicaciones de Ilja que él realizaba el cruce del río y se internaba en esas montañas de la izquierda para ir a pernoctar a un refugio. Bastante alejado del lugar que yo tengo pensado elegir para pasar la noche. Pues al leer y buscar rutas y referencias en Internet, me quedé prendado de un lugar llamado los Cantos de la Borrica y quería que ése fuera el lugar donde acampar. De cualquier modo, sea en su refugio o en el mío, he de cruzar este río que ahora se llama Vallejo del Abidul en vez de Alberiza.

Vallejo del Abidul

Y lo cruzo. Y meto obligatoriamente la gamba hasta la rodilla en agua congelada. Bueno, ya no puede quedarme mucho y no creo que un poco más de agua en los pies me vaya a causar ampollas. Remonto esa lomita herbosa que se ve en la imagen.

Zona de la Guariza tras cruzar el río. La Sierra del Cordel al fondo

Estoy ya en prados alpinos de alta montaña, en un entorno realmente hermoso. Lugar de enormes glaciares no hace tantos años.

Campanario (sin confirmar)

Aquí ya me oriento, veo la pista que llega a esta zona; veo dónde durmió Ilja y ya sé que estoy al lado de los Cantos de la Borrica, que quedan justo al otro lado de donde estoy mirando ahora.

Santuario de Saja

Y llego enseguida a la pista, me desvío junto a una cerca para los caballos y me topo con los enormes bloques de conglomerados que un día un inmenso glaciar arrastró por aquí, dando lugar a este valle glaciar y al río Saja.

Los primeros cantos

La primera borrica

Avanzo por este praderío inmenso entre los bloque gigantescos, gozando de la tranquilidad absoluta del lugar y de la tarde. Veo caballos por todas partes, desperdigados aquí y allá. Pero me fijo y compruebo que hay algo más que caballos entre los Cantos.

Tres ciervos en los Cantos de la Borrica

Sólo llevo una pequeña cámara compacta sin demasiado zoom. Y aunque no estoy lejos, apenas puedo captar los detalles.

Cierva

Intento aproximarme lo más posible, pero sus entrenados sentidos me descubren y se lanzan a correr como sólo ellos saben hacer. Los veo alejarse a toda velocidad mientras disparo una y otra vez mi cámara. Así que me dispongo a retratar a los otros mamíferos más tranquilos que me rodean al caer la tarde.

Al final de la tarde en los Cantos de la Borrica

Aún me queda visitar los dos cantos más grandes, bajo uno de los cuales se encuentra el refugio. Sé que suele estar cerrado, pero también sé que dispone de una fuente. Perfecto para abastecerme de agua durante la noche y salir de aquí mañana con los depósitos cargados.

Refugio de los Cantos de la Borrica

Y estas son las vistas desde el refugio.

Vistas desde el refugio de los Cantos de la Borrica

Me detengo. El día ha sido largo y más duro de lo que me imaginaba (8h05′ de ruta para 28.6 km). Desde el Paulinar todo ha sido subir por un sendero en malas condiciones y con un desnivel de más de 800 metros. Me cambio de ropa, empapada, porque el sol se está poniendo y me estoy quedando congelado. Calcetines secos, ropa cálida y a devorar una merienda (lo primero que tomo desde el desayuno) mientras disfruto de estos últimos rayos de sol.

Los últimos rayos de sol en la Sierra del Cordel. El pico más alto es Cueto Iján (2.084 m)

Monto la tienda en un lugar mágico. Donde hace 10.000 años había una lengua inmensa de hielo que arrastraba todo a su paso. Donde las arenas del tiempo lo han convertido en este delicioso paisaje. Aquí, donde nace el Saja, en el corazón del Parque Natural.

Mi casa en las montañas

Hoy descansaré en la cima del Saja.

Crepúsculo en los Cantos de la Borrica

Con vuestro permiso, me voy a ir retirando…

Hasta mañana

Ozcaba – El Paulinar – Jaya Cruzá – Cantos de la Borrica: 28.6 km; 8h 05′

Etapa 1. Ozcaba – El Paulinar – Jaya Cruzá – Los Cantos de la Borrica

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Lunes 22 de octubre de 2012

He pasado una noche bastante confortable dentro del refugio. Me he despertado a las 4 con los berridos de un ciervo macho que resonaba en la noche; y a las 6 con frío en la cara, pero he vuelto a dormirme una vez solucionado este pequeño contratiempo. A las 7:15 la llamada de la naturaleza me ha hecho levantarme y salir a aliviarme.

Un cielo impresionante cuajado de estrellas que difícilmente se puede contemplar en la provincia de Madrid debido a la contaminación lumínica de ciudades y pueblos. Aquí, sin poblaciones cercanas, el cielo está cristalino y rotundo. Pocas veces he meado con la vista puesta en lo alto.

Aún me quedo un ratito más en el saco, caliente y relajado. Pero el día va a ser largo y apenas cuento con referencias de lo que me voy a encontrar. Tengo la (equivocada) sensación de que la ruta es sencilla y sin problemas; pero hay que ponerse en marcha y comenzar lo que hemos venido a hacer.

Un desayuno potente, preparo el equipaje y dejo barrido y recogido el pequeño refugio. El día es espléndido y lleno de energía positiva.

Amanecer en Ozcaba

Es muy fácil empezar bien con unas vistas tan espléndidas bajo los rayos de un sol tibio y un cielo azul intenso. Cualquier duda o temor que pudiera tener ante una travesía en solitario por un lugar desconocido se disipa al dar el primer paso.

Estoy en marcha.

El primer tramo ya lo conozco de ayer por la tarde. Bajo por la pista forestal hacia la intersección de caminos.

Pista forestal de Ozcaba

Al poco la pista vuelve a bifucarse: recto hacia Los Tojos, con la baliza del Ecomuseo; a la izquierda mi sendero, sin nombre, pero esperándome. Con la seguridad de un mapa que va cumpliendo exactamente con la realidad y las cortas y simples instrucciones de Ilja. No necesito más.

Desde aquí al molino del Paulinar el camino no debe depararme ninguna sorpresa; sólo consiste en seguir esta pista forestal en perfecto estado y descender desde el puerto hasta la orilla del río Cambilla, pegado ya a la carretera CA-280 que recorre el Parque.

El día es brillante, y lo mismo el paisaje y la naturaleza botánica que se extienden ante mí. Mientras que en la Comunidad de Madrid el acebo es un árbol escaso y protegido, aquí medra con facilidad. Presentaban este aspecto tan magnífico.

Acebos

Acebos y espinos albares

El camino es muy sencillo; va bordeando una serie de cuetos de no demasiada altitud (1.100 -1.200m) y a mi izquierda se encuentra el vallejo de Ozcaba, cubierto de vegetación en primer término, con el impresionante telón de fondo de diferentes sistemas montañosos.

Vallejo de Ozcaba

En este tramo abundan, como he dicho, los acebos y espinos, ambos engalanados con sus frutos rojos brillantes.

Cubierta vegetal

Al fondo descubro ya la primera braña de las muchas que atravesaré en este viaje: verde, jugosa, alimento de vacas y caballos. Como éste que pace tranquilo en la pradera.

Caballo en la braña

Las vistas son excepcionales. Desde donde me encuentro el horizonte lo enmarcan la Sierra del Cordel en primer término, y la de Peña Labra. Bellas montañas en un entorno muy hermoso.

Sierras del Cordel y Peña Labra

Un poco más en detalle

Los colores del otoño van tiñendo el paisaje, pero aún falta alguna semana para que se vistan de dorado y rojo. El silencio y la luz del sol me acompañan en este primer tramo tranquilo, sencillo y sin complicaciones de ningún tipo. Me voy acercando a las Brañas de Espina de Placencia.

Hayas en el valle, aún sin los colores cálidos del otoño en su conjunto.

La primera haya en mi camino

Curiosidades topográficas: el refugio que encuentro a la derecha del camino, en la pradera, viene señalado en mi mapa a la izquierda del camino. Este tipo de diferencias, por nimias que puedan parecer, consiguen hacerte dudar en ocasiones de dónde estás. No es éste el caso, porque es imposible desorientarte en esta pista, pero me ha sucedido en otras partes.

Brañas de Espina de Placencia

La vista desde la braña es excepcional. He llegado aquí en 54 minutos.

Desde la Braña de Espina

¿Quién vive mejor, estos caballos o nosotros en nuestros tristes cubículos de la gran ciudad?

Caballos en la braña

El paisaje está cambiando; el camino ha bordeado las lomas del Tambuey y llega a una revuelta que tomo a la izquierda, por el sendero principal. Se adivina un caminillo menos marcado que sigue a media ladera en la misma dirección. Pero yo voy hacia el río Cambillas, penetrando entonces en un hermoso hayedo.

A la umbría del hayedo

Impresionante el cambio de temperatura de pasar de la solana a la umbría. El hayedo se caracteriza por no dejar pasar apenas la luz del sol al suelo, por lo que apenas crece sotobosque bajo este tipo de árboles. Son tan frondosos y sus ramas se extienden de tal manera que apenas penetra el sol en el suelo.

Mirada atrás en el hayedo

Junto a las hayas se confunden los acebos y espinos que me han acompañado durante la primera hora de travesía. Son arbolitos fuertes y grandes supervivientes.

Espino albar

No es fácil tomar fotos con estos claroscuros tan marcados. Aprovecho algún rincón mejor iluminado para llevarme el recuerdo de alguna haya especialmente hermosa.

Haya

A las 2 horas llego a una especie de pradito jugoso por el que un camino insinuado a la derecha desciende desde el sendero que vi bifurcarse a la entrada del hayedo. Se corresponde perfectamente con mi mapa (eso siempre alegra y tranquiliza). Es un lugar agradable, llano y verde en el que se podría acampar perfectamente. Pero mi camino no ha hecho sino comenzar y diez minutos después llego a una fuente… un poco particular.

Agua a la parrilla

Barbaqua

No sé para qué puede servir esa estructura. Si alguien lo sabe, me gustaría que me lo contara. Más adelante vi otra similar en otra parte del viaje.

El hayedo continúa, ahora en claro descenso por el valle hasta alcanzar el cauce del río. En todo momento la luz del sol juguetea con las hayas.

Hayas jóvenes

En pocas revueltas más la pista se divide: a la izquierda hay un cartel que indica «Combilla», quizás un paraje de recreo al lado del arroyo. Pero yo sigo por el principal, a la derecha, que sigue este río corriente abajo hasta el molino. Llevo 2h45′.

Llegando al río Cambillas

La humedad y el frescor aumentan drásticamente. Musgos y líquenes se apuntan a la fiesta vegetal, amenizada por el rumor del riachuelo.

Arroyo Cambillas

La pista sigue el curso del río, primero por una ribera y luego por la otra. En todo momento es un lugar muy agradable, fresco y bien conservado. Con rincones tan hermosos como éste.

Haya junto al Cambillas

Haya en otoño

El camino va tocando a su fin; el terreno se va abriendo y dos o tres edificios ganaderos aparecen, anunciando la proximidad de la carretera y el fin de mi primera etapa del día. Llego al molino del Paulinar. Me tomo un mínimo descanso aunque hasta ahora sólo ha sido un tranquilo paseo de 3h20′.

El Paulinar

Aquí Ilja propone tomar un camino que sale desde donde estoy y que corre paralelo a la carretera retrocediendo para tomar, tras un pequeño collado, el sendero que me llevará hacia el barranco de la Alberiza. Pero yo no encuentro dicho camino ni sé dónde puede estar.

Habrá que tomar otra decisión.

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Domingo 21 de octubre de 2012

Todo el viaje con lluvia hasta salir de la provincia de Palencia y entrar en Cantabria. Al llegar a Reinosa el cielo deja de estar tan amenazante y me da un respiro. Desde Reinosa hay que tomar la carretera con dirección al Alto Campoo y tras varios kilómetros sale un desvío a la derecha que indica Cabezón de la Sal y Valle de Cabuérniga. Se continúa por una carreterita de montaña que en invierno tiene que ser peligrosa pero que hoy, con buen tiempo, no supone más que un corto tramo hasta coronar el Puerto de Palombera (quizas no demasiado bonito) y continuar hasta el siguiente, con vistas impresionantes sobre el valle: Palombera Oeste, también llamado Ozcaba.

Hay espacio suficiente para tres o cuatro coches a la izquierda de la calzada. A la derecha sale la pista forestal que me permitirá mañana comenzar mi ruta. En cuanto aparco descubro uno de los refugios que hay en la zona y que conocía por fotos y descripciones de rutas. No necesariamente tengo que utilizarlo, pero siempre está bien contar con posibilidades en caso de mal tiempo.

Compruebo que hay poquísima cobertura. Informo como puedo de mi llegada y antes de descargar la mochila, me acerco al refugio para evaluar su estado. Es amplio y su interior no está demasiado mal. Pero la puerta está en el suelo, desvencijada, y ha desaparecido la ventana. Una lástima; está demasiado cerca de la carretera y cómo no, los domingueros y demás turistas han empleado su tiempo y esfuerzo en destruirlo.

Primer refugio en Ozcaba

Lo rodeo pensando en acampar en la pared trasera a cubierto del viento y de miradas indiscretas cuando contemplo el precioso entorno en el que me encuentro.

Entorno de Ozcaba

¡Oh, sorpresa! Hay un segundo refugio, a escasos 160 metros del primero. Es bastante más pequeño pero muy simpático. Me acerco a echarle un vistazo.

Segundo refugio de Ozcaba

Está rodeado de una empalizada para que no se acerquen los animales (¿los de dos patas también?). Es diminuto pero parece bien cuidado. Lleva el nombre de J.V. Terán; y pide mediante un cartel de madera que lo cuidemos, que es de todos. No confío nunca en el ser humano y me espero lo peor cuando abro la puerta.

¡Increíble! Está en perfecto estado. Hay una chimenea, ¡cuatro sillas apiladas! Una mesita de piedra acoplada al muro y un poyete con espacio para recibir a dos personas acostadas y mantenerlas separadas del suelo. Hay algún bidón de agua y pequeñas vituallas como sal y cubiertos de plástico. No me lo pienso. Es tan acogedor que me apetece dormir en él.

Regreso al coche y traigo la mochila. Dejo un cartel en el salpicadero explicando que estaré de ruta varios días, por si la presencia continua de un coche abandonado en el puerto puede resultar sospechosa. Dejo los bártulos en el interior y al salir me encuentro con esta bonita imagen desde la puerta.

Desde el porche; a la derecha se ve el primer refugio

Aún tengo tiempo y doy un corto paseo por el bosquete de acebos y espinos albares que hay detrás de la cabaña. Es un lugar muy bonito y lo exploro tranquilamente.

bosquete de acebos y espinos

Llego de nuevo a la carretera para familiarizarme con la pista que debo tomar mañana. Enseguida llego al cruce de caminos que esperaba: el primero a mi izquierda, sin cartel, es el que deberé seguir yo. El siguiente es el que une Ozcaba con Los Tojos, señalizado con una baliza del Ecomuseo Saja-Nansa; y hacia abajo se encuentra este tercer refugio en el camino que une Ozcaba con Bárcena Mayor. Está absolutamente lleno de basura y destrozado. Es muy amplio y se podría usar en caso de tormenta o necesidad. Si todo marcha bien, el jueves a medio día mi figura desaliñada y poco agraciada debería estar subiendo por este camino, con muchos kilómetros a la espalda y con una sonrisa en la cara.

Tercer refugio de Ozcaba en el camino que viene de Bárcena Mayor

Saludo a un matrimonio -que debería estar jubilado- de vaqueros que están dando por concluida su jornada laboral con sus cornudos animales. Por decir algo les doy las buenas tardes y comento que voy a estar por la zona y les pido que me confirmen que ese camino viene de Bárcena. Amablemente me responden y me despido de ellos. Tengo magníficas sensaciones: no llueve, el frío es soportable, he encontrado un lugar muy apropiado para pasar la noche y estoy orientado para comenzar mañana por la mañana sin el menor contratiempo. Todo pinta bien.

Vuelvo a mi cabaña. La luz se está apagando y baja la temperatura. Aún puedo ver el arco iris en el cielo.

Somewhere over the rainbow / Skies are blue / And the dreams that you dare to dream / Really do come true.

Y disfrutar del último rayo de sol acariciando las montañas.

Alto de la Pedraja (sin confirmar)

Mientras desde las montañas se van deslizando, como espuma, las nubes que llegan al valle.

Lenguas de niebla

Desearía buen tiempo; sin lluvia y, sobre todo, sin niebla. No conozco en absoluto esta región. Carezco de referencias. Una espesa niebla sería quizás lo peor que me podría encontrar: no sólo no podría disfrutar de las vistas sino que podría perderme y no saber ni dónde estoy ni guiarme por algún accidente geográfico conocido. Pero carezco de poder sobre el clima y no debo obsesionarme. Mañana veremos qué tal y nos iremos adaptando a las circunstancias. Aún es pronto para cenar, pero hace fresco y me preparo un poleo para estrenar mi hornillo nuevo.

Hornillo Esbit de combustible sólido

Funciona perfectamente: con una pastilla de 4 gr lo tengo en cinco minutos. Lo bebo agradecido por su calor mientras contemplo el crepúsculo.

Crepúsculo en Ozcaba

Pienso que soy muy afortunado por estar aquí. Tomando sorbos de una bebida de hierbas en un mundo hermoso y tremendo. Afortunado por poder recorrerlo y hacerlo con los ojos abiertos, sin buscar nada ni llevarme nada. Sólo por el placer de estar.

Es hora de meterme en mi cabaña de hobbits (no puedo ni estar de pie de lo bajito que es el techo inclinado). Pero es sencilla y simple, como lo soy yo.

Al amanecer empieza la aventura.

Hasta mañana

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