Admito que soy muy exigente en todas las facetas de la vida. A mí no se me contenta con nada. Lo sé. Lo que para el común de los españolitos es el paraíso (sueldecillo de ochocientos euros, fútbol, telecinco, centro comercial y semana de playa cutre con chiringuito incluido) es para mí el más insoportable de los infiernos. A menudo me quejo de que mi vida es un espanto insufrible y culpo de ello a mis guionistas.
Pero no. No soy el personaje cutre de unos guionistas tramposos y poco talentudos. Y lo sé porque cuando uno analiza las extrañas circunstancias que suceden SIEMPRE en las películas y las series de televisión, se comprende que lo que nosotros vivimos no está en el mismo plano de la realidad.
Me gustaría analizar algunas que he identificado
El bareto
Es extraordinario el tiempo libre del que disponen los personajes de las series de situación. Se pasan el día enredando en un bar o café (Cheers, Central Perk, MacLaren o nuestros Kasi Ke No y Max&Henry) donde transcurre la totalidad de su vida. Nunca trabajan (si no es para ligar o tener aventuras picaronas) ni hacen nada provechoso. Su existencia se reduce a estar sentados en el sofá del apartamento (o en la cama, ver supra) para luego bajar a sentarse al sofá del bar o café (siempre van al mismo pase lo que pase). El gasto en alcohol tiene que ser incompatible con su persistencia en no trabajar, además de las horribles consecuencias que tanta bebida tiene que tener sobre sus organismos. Aún así suelen soltar constantemente chistes y comentarios ingeniosos. Y luego estoy yo: si me tomo una cerveza al mes y casi me tienen que llevar en volandas no quiero imaginar pasarme 12 o 14 horas al día pimplando. Quizás para eso ponen el sofá.
El desayuno es la comida más importante etc.
A la hora del desayuno aparecen sobre la mesa familiar montañas de tortitas y tostadas, jarras de zumo, de leche, huevos revueltos, salchichas y tocino grasiento. La madre (siempre es ella) se ha tenido que levantar a las cinco de la mañana (seguro que viene directamente del bar) para preparar tal cantidad de calorías chorreantes de grasas saturadas. Lo peor es que tanto esfuerzo se ve poco recompensado: el padre lee el periódico, da un sorbo a la humeante taza de café y dice que se va con prisa a la oficina donde tiene una importante reunión (con eróticas implicaciones). Los infantes mordisquean una tostada y salen pitando porque llegan tarde al colegio y el autobús amarillo (que siempre tiene parada en la puerta de su casa) no espera. Qué se hace con tanta cantidad de comida tras el frugal encuentro y por qué se repite cada día el proceso es algo que nadie ha explicado nunca. Yo cada mañana me hago un desayuno muy sano y nunca nadie me lo ha tenido preparado cuando me levanto (y eso que no vengo del bar de abajo).
El misterio de la puerta abierta
En pocos países el porcentaje de la población con tendencias psicópatas es mayor que en los Estados Unidos. El que más y el que menos cuenta con un familiar que trocea víctimas, algún flipado místico que mata en nombre del dios bíblico permanentemente sediento de venganza o un primo que gusta de serrar gente antes de cocinarla. Eso se sabe. Pues resulta que en Estados Unidos todas las puertas están abiertas permanentemente. No hay serie o película en la que no se diga: Estaba la puerta abierta y entré… A menudo acompañan esta frase con un gesto apuntando con el dedo a la puerta, como si el inquilino no supiera muy bien qué es una puerta y dónde está.
Yo por mucho que quiera no puedo entrar en casa de mis vecinos (aclaro: no quiero). La puerta está cerrada y si no cuentas con llave, palanqueta o radiografía, es imposible penetrar en vivienda ajena. Por el contrario, en la realidad fílmica sucede constantemente con resultados hilarantes o terroríficos. Entrar en la casa o apartamento del otro es tan simple como mover el pomo. Los más precavidos disponen de un cerrojillo diminuto al que se accede rompiendo el cristalito que hay a escasos centímetros: rompes el vidrio, metes la mano y mueves el pestillo.
Lo curioso es que, especialmente en las comedias de situación, lo que en un episodio se desencadena porque alguien entra en casa del otro sin avisar y se encuentra la tostada, en el siguiente capítulo los mismos personajes hablan en el rellano y al cerrar la puerta a sus espaldas se dan cuenta de que se han dejado la llave dentro (con enredantes consecuencias). A nadie se le ocurre mover el pomo y abrir la puerta como hicieron ayer. O romper el cristalito como hace el malo.
Papá Räikkönen
Una gran mayoría de los coches americanos tradicionales son enormes barcas con cambio automático y una suspensión tan blanda como el pene de un político. El padre de familia conduce habitualmente como una vieja PERO… llegado el momento de las persecuciones el tío despliega unos conocimientos técnicos propios de un profesional del Dakkar. Velocidades de vértigo, cambios de dirección derrapando y tirando de freno de mano, la técnica de punta-talón, apurado de marchas… y a menudo combina esta conducción disparando o siendo disparado por enemigos hostiles. Otra cosa que siempre sucede es que, no importa qué coche sea, lleva tapacubos cutres que salen rodando libremente en alguno de los giros imposibles, demostrando científicamente los principios de la inercia y el movimiento uniformemente acelerado.
Por último, aunque la persecución o huida se desarrolle en cualquier ciudad americana, siempre hay un momento que llegan a la calle Lombard de San Francisco con unos desniveles imposibles y divertidas piruetas.
Un Ford Mustang del 67
No sólo el americano medio es un magnífico conductor de rallies, sino que además conoce todas las marcas, modelos y versiones de los automóviles. Si la policía te pregunta por el ladrón o asesino no dudas en describir que salió zumbando en un Taunus del 76 o un Camaro del 82. No entiendo por qué una anciana de pueblo es capaz de distinguir el año de fabricación de todos los coches posibles. Pregúntale a tu suegra qué coche tienes tú y me juego lo que quieras que dirá: Uno colorao, aunque te haya costado una pasta la pintura metalizada Crystal Graphite DeLuxe. Pedirle a alguien que sepa de qué año es un coche a la fuga es algo tan surrealista que sólo puede ocurrir en el universo paralelo del cine y la televisión. Otra cosa curiosa es que nadie lleva un Citröen de ese año, o un Corsa del 2012. Siempre son coches históricos. Ahí meten el plan PIVE y hunden el Tesoro Federal.
Puñetazos
Ninguna película se puede considerar tal si no hay una brutal pelea a mano abierta. Nuestro héroe, siempre bien musculado y en forma a pesar de llevar una dieta a base de whisky, hamburguesas y colillas de cigarrillo, pega unas hostias de campeonato. Es capaz de darle lo suyo y lo del inglés a cuadrillas de expertos en artes marciales, gigantones rusos de 140 kg y a mortíferos gladiadores forrados de espeluznantes armas pinchudas. Sin embargo en nuestro mundo cotidiano vemos las peleas que se graban en vídeo y dan grima: los contendientes parecen nenitas enfurruñadas que dan manotazos sin ton ni son al otro que responde con la misma falta de coordinación motriz. Lo cierto es que si alguien le da un buen puñetazo en la cara a otro suceden normalmente estas dos cosas: el que da se rompe la mano y el que recibe queda desactivado. Yo soy buen desactivador, si quieres saberlo o tienes intención de darme puñetacitos de niña boba.
Lo bueno de nuestros artistas del celuloide es que pueden recibir cincuenta hostias tremendas sin perder un solo diente ni sangrar por la nariz ni parecer Belén Esteban a las tres de la mañana: siguen igual de guapetones. Y tras golpear brutalmente al malo malísimo, éste, por fin, suelta unas gotitas de sangre por el labio; esto lo sorprende en gran manera: recoge la sangre en el dorso de la mano, la contempla estupefacto y piensa ¿Cómo es posible que después de una pelea a hostias de cinco minutos sin parar con este bigardo pueda estar yo con un labio partido? Entonces se lanza a fondo contra nuestro fornido héroe que acaba con él con un elaborado hostión a cámara lenta que lo deja, ahora sí, derrengadito en el suelo.
Puntería
Sabemos que todo hijo de vecino dispone de armamento pesado y, lo que es más importante, está acostumbrado a su uso y mantenimiento. Vemos también al padre de familia que iba antes en el coche de los tapacubos disparando ahora con mortal puntería su 9 mm o el fusil de asalto que le venga bien. No importa, es experto en todas las armas de fuego. Lo curioso es que se enfrenta a militares extranjeros o duros mercenarios expertos que, por el contrario, siempre fallan en sus disparos (por poco, pero erran el tiro). En nuestro mundo gris real disparar es algo extraordinariamente difícil. Rectifico: disparar es fácil; lo complicado es acertar. Cualquiera que haya disparado con pistola y con fusil de asalto sabe que es casi imposible acertar si no estás exhaustivamente entrenado. Une a eso el nerviosismo y el estrés del momento en que te juegas la vida contra soldados de fortuna, talibanes u hordas de zombis. No das ni una. Pero nuestros amigos de la pantalla no sólo aciertan entre ceja y ceja sino que lo hacen en movimiento, corriendo, a lomos de caballos, motocicletas o conduciendo el coche de los tapacubos a 180 y girando como una peonza. Si de verdad eres un héroe, eres capaz de acertar al jefe de los malotes mientras la onda expansiva de una explosión (que acaba con todos menos contigo) te impulsa desde el piso diez de un edificio acristalado, aprovechas el impulso para dar dos o tres volatines del Circo del Sol y descargas las últimas treinta y cuatro balas del (prácticamente) infinito cargador de tu Parabellum. Lleva un cigarrillo doblado en el bolsillo porque tendrás que encenderlo al aterrizar mientras haces un comentario ingenioso (yo lo llevaría ya medio preparado).
Amartillando
Esto es muy curioso y sucede invariablemente en todas las escenas en la que uno apunta al otro (bueno a malo o malo a bueno) con una pistola semiautomática. En general con revólver no pasa. Nunca he sabido por qué. En una pistola semiautomática para que entre la primera bala desde el cargador hay que echar la corredera hacia atrás: sube una bala y se coloca en el principio del cañón para esperar que el percutor la golpee por detrás produciendo la explosión. Si hacemos eso, el martillo queda hacia atrás y en cuanto apretemos el gatillo saldrá la bala (matando a nuestro enemigo). Como es muy peligroso llevar el ama amartillada, ya que con cualquier movimiento se podría apretar el gatillo, si se quiere llevar el arma con una bala en la recámara evitando ese peligro, se puede volver a colocar el martillo percutor despacito en su posición sin que la aguja inicie la explosión. Bueno, pues en todas las escenas en las que uno apunta al otro la pistola se encuentra en esta posición: una bala en la recámara y el percutor en posición «relajada». Si te apuntan con una pistola así, por mucho que aprieten el gatillo no va a pasar nada. Sin embargo, vemos que SIEMPRE se produce este teatrillo: la chica, por ejemplo, presa de tembleques por lo angustioso de la situación, apunta al malo con la pistola sujeta con ambas manos; el malo levanta las manos y comienza a hablar; la chica no mata al malo sino que habla con él; a menudo se desvelan importantes ramificaciones de la trama argumental; cuando se destapa la ominosa verdad la chica ENTONCES amartilla el percutor de la pistola (dejándola lista para disparar la primera bala) y es cuando el malo AHORA, la golpea con algo o le lanza algún objeto desviando la trayectoria del proyectil. En resumidas cuentas: a) tenemos una chica que conoce cómo cargar un arma de fuego (yo no conozco ninguna); b) apunta al otro con una pistola que no puede disparar; c) esto asusta al otro que intenta desviar su atención o ganar tiempo; d) la chica decide matar al otro y amartilla por fin el arma; e) el otro, en vez de aprovechar el largo diálogo en el que el arma era inofensiva, elige el momento en que es letal para iniciar sus movimientos. Repito, esto sucede SIEMPRE, da igual la temática de la película o el grado de maldad y preparación bélica de los participantes en la escena.
Aléjate de mí
Tenemos al héroe luchando a brazo partido con el malo malísimo. La fortaleza de éste lo sobrepasa y todo apunta a que va a morder el polvo a manos del gigantón eslavo, orco o asesino en serie. El malvado golpea al guaperas contra un yunque, borde afilado o cualquier otro objeto potencialmente mortal. El golpe deja a nuestro protagonista como un pelele en manos del bichardo sanguinario. Se acabó.
Pero no. En el último momento, en vez de repetir el impacto y propinarle el golpe de gracia, lo lanza a varios metros de él contra algo (una pared, el marco de una puerta, una chimenea, lo que sea). Tiene que pensar: Voy a matarte, pero en vez de hacerlo, te lanzo lejos de mí, a salvo de mis cuchillos y armamento; así debe ser. Es entonces cuando nuestro héroe, tras recibir un impacto en los lomos que mataría a un buey, al borde de la muerte, echa mano a la derecha y sus deditos trémulos dan con un atizador, un cuchillo mellado, un martillo o un trozo de vidrio puntiagudo. Lo que viene después no merece la pena ni describirlo. Ya se sabe.
El sótano
En todas las películas americanas las casas disponen de un sótano húmedo y mugriento. En todas ellas lo habitan monstruos horripilantes. Debe de ser algo como aquí el microondas, que te lo regalan al comprar el piso. Es una magnífica promoción: tres habitaciones, garaje, cocina amueblada y sótano con espíritus. ¿No lo tienen con demonios? Bueeeno, por ser ustedes les incluimos engendros del mal al mismo precio. Pero que sepan que me quedo sin apenas comisión de ventas, ¿eh?
Por algún motivo no se pueden meter halógenos o fluorescentes en el sótano. Hay que poner una diminuta bombilla mortecina que se enciende ¡con una cadenita! y que cuelga del techo para que al moverse proyecte espantosas sombras durante los crímenes. Nunca se ha sabido por qué el espectro habita ahí y no puede subir los peldaños de las escaleras y aguarda paciente a que vayan bajando uno tras otro los adolescentes para poder destazarlos.
También es inexplicable para los que habitamos el mundo normal por qué cuando tus familiares y amigos están siendo masacrados en tu hogar decides ir solo a buscarlos al sótano en vez de llamar a la policía o al héroe de unos párrafos anteriores. La lógica suele ser ésta: Llevamos toda la noche siendo asesinados y mutilados. Mi novio Billie ha ido a buscar una cerveza a la cocina y no ha vuelto. Entonces lo que hago es bajar al sótano a oscuras a ver si se le ha ocurrido ir allí. Bajo despacito por las escaleras llamándolo: ¿Billie, estás ahí? No me asustes.
Mira, niña, lo que te pase ahí abajo bien merecido lo tienes.
Embrujada
En nuestro aburrido mundo normal no hay espíritus ni fantasmas ni demonios maléficos. Si te mueres, se acabó. Punto final. Tú vas de vacaciones a una casa y puede haber cucarachas o unos muebles desastrados, pero no hay niñas japonesas atormentadas con el pelo por la cara. Compras un pisito y lo que da miedo y pavor es la hipoteca y las derramas, no el espectro de un antiguo propietario que mató a hachazos a su suegra y aún vaga por el diminuto pasillo.
Pero pongamos que existen esas cosas. Que te mudas a un caserón con tu familia y el primer día sangran las paredes, se oyen voces de ultratumba y al chico pequeño le dan vueltas los ojos en las órbitas y habla en arameo. ¿No haces nada? ¿Te quedas en la casa? ¿Preparas la cena? Pero es que la nochecita es toledana: el perro Pinky no deja de ladrar a un cuadro de una señora muy rara, hace frío en una esquina de la habitación a pesar de que es julio y estás en Murcia; y tu hija de 16 años ha desaparecido de la casa dejándose el Iphone en la cama (eso ya es imposible) y un rastro de sangre fresca que conduce desde su cuarto al sótano. Y aunque está toda la familia revolucionada de habitación en habitación cagándose de miedo por todas las cosas malitas que están pasando, te plantas, y con tu masculina y protectora voz les dices: Vamos a descansar un poco. Mañana con la luz del sol veremos todo esto de otra manera. Y recoges al pequeño del suelo que sigue con los ojos velados por la posesión infernal escribiendo con las uñas tintas en la sangre de su hermana mensajes diabólicos en el espejo. Lo acuestas solo en su cuarto con vistas al cementerio y te metes bajo el edredón con tu mujer que te pide cierta seguridad: ¿Hemos hecho bien en dejar la ciudad y comprar esta casa aquí en medio de ningún lado, Jake? Sí, cariño, sí, confía en mí. Será un buen lugar para empezar de nuevo y criar a nuestros hijos. Bueno, al que nos queda…