Capítulo 6 del afamado volumen intitulado Historia de Ojos Cerrados, del que se ha dado ya cumplida publicidad en fechas anteriores, pero que nadie adquiere.
Y empezaron a llegar miles y miles de machos y miles y miles de hembras, y como eran tantos y tan ardientes y era tan largo el camino, muchos de ellos se entretuvieron en refocilarse y copular, unos en silencio y con discreción y otros entre grandes risotadas y armando jaleo y, de esta manera, al llegar a la Plaza Mayor de Aldeas Cerradas, entre miles y miles de machos y miles y miles de hembras se movían vacilantes cientos y cientos de neonatos que revoloteaban de aquí para allá buscando a sus madres, las cuales en su mayoría renegaban de los infantes y se los endosaban las unas a las otras con creciente nerviosismo mientras los machitos silbaban como disimulando cuando alguna de las mujeres les decía hazte cargo de tu hijo, guaperas, que para eso lo has traído al mundo, pero los niños no querían saber nada de aquellos tipos mal afeitados y hediondos -y lo que es más importante- sin tetas calientes e hinchadas, así que cuando algún hombre aceptaba al pequeño mamoncete que el azar le había adjudicado, su paternidad se veía seriamente ofendida cuando el muy puñetero bebé le proyectaba un feo regüeldo (con inusitada potencia para su corta edad) para luego clavarle navajitas y astillas en los hombros (mostrando especial preferencia por los músculos trapecios) y en el cuello (sin despreciar en absoluto los sartorios) y patear rodillas y bajo vientre una vez que el pobre padre caía al suelo aullando de dolor, lo que conllevaba ser irremediablemente devorado por los sapos parteros, ranitas de San Antonio, tritones y toda suerte de sabandijas que con pasmosa eficacia limpiaban las filas de ancianos, fetos mal paridos, princesas paganas, enfermos de amor e individuos sobresalientes.
Así las cosas, Maline se preparó concienzudamente para repeler el ataque de aquella chusma: cavó trincheras, cargó cañones, ballestas y ojivas nucleares, se retrepó tras sacos de arena y judías pintas, limpió y engrasó el fusil de asalto mientras improvisaba una alegre tonadilla, se vacunó una y mil veces, compró leche condensada, chocolatines y otras provisiones de alto contenido energético y se calzó unos botos de buen cuero español.
-Aquí os espero.
No tardaron ni un suspiro en cazarlo, maniatarlo, golpearlo repetidamente en el esófago con cucharones y cortarle el pelo a lo militar. Maline, aunque se revolvía y tiraba puntapiés y escupitajos a sus masificados agresores (luchó con valor) terminó por ceder y dejarse conducir hasta el cadalso que un grupito de ebanistas había levantado para la ocasión.
-¡Ahorquémoslo! -gritaban unos.
-¡Deca-pita-ción, deca-pita-ción! -remarcaban otros batiendo palmas.
-¡Los martirios! -pedían los chinos.
-¡Comida pa’ mis serdos! -rugían los más rústicos.
-¡Dejádselo a mi hijo! -sugería el más cruel de todos ellos.
Inmerso en esta barahúnda y perplejo ante la animadversión que había suscitado entre aquella buena grey, Maline acertó a comprender que la única oportunidad de salir con vida de aquel feo episodio pasaba por aprovechar la discordancia de pareceres que el grupo mostraba a la hora de seleccionar el tipo de muerte que exigían sus integrantes. En medio de aquellos diferentes paradigmas de asesinato -todos se le antojaban asaz truculentos y, ante todo, desmedidos- el anciano quiso ver una lucecita de esperanza: las horas se iban amontonando una sobre otra, como los fracasos en una vida, y persistía el desacuerdo. Por frívolo que pueda parecer, Maline bostezó, se sentó a la manera morisca y resolvió un par de crucigramas y sopas de letras de regular dificultad. La noche los sorprendió polemizando todavía y los días y los meses que transcurrieron, aunque en Aldeas Cerradas duraban bastante menos que en el mundo ordinario, fueron tantos que hubo que inventar semanas de muchos días (con fines de semana interminables en los que, curiosamente, siempre venían los suegros de visita) y años de muchos meses para evitar entrar en la centuria siguiente, ya que si en algo estamos todos de acuerdo es en que ésta es una historia propia de nuestro siglo y caer en anacronismos (viejo truco efectista) no nos conduciría a nada realmente interesante.
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