Quería esperar a que Pedro publicara su crónica y conocer hasta dónde podía contar de lo que había sucedido. Como él ha contado todo, me animo a relatar lo mismo pero desde mi punto de vista. Sin duda su relato será superior en emoción porque fue el protagonista del «incidente». Pero ya que tengo costumbre de describir mis salidas a la montaña, no dejaré pasar la oportunidad de documentar ésta; la más emocionante.
Todo comenzó cuando hice pública mi intención de realizar la ruta a Cabezas de Hierro de la entrada anterior. Algunas personas se quejaron de que no lo había anunciado con tiempo para unirse y me ofrecí a postponerla para el sábado (5 de febrero) si alguien se animaba a acompañarme. El mismo Pedro se lo estaba pensando cuando recibí un correo de Sergio Mayayo con el ofrecimiento de guiarnos a Pedro, a mí y a quien se apuntara, para ascender por unas canales del macizo de Peñalara. Contar con la experiencia de un montañero «de verdad», que ha subido al Aconcagua y ha participado en expediciones con Juanito Oiarzábal, era algo que no se podía desaprovechar. Insistí a varios amigos para que se vinieran. Insistí demasiado, casi presioné. Y me arrepiento totalmente de haberlo hecho. Mi máxima de ir solo a la montaña tiene su justificada razón y me la estaba saltando. Y estaba implicando a otras personas.
Nos encontramos Pedro, Carlos, Sergio y yo en el aparcamiento del Puerto de los Cotos a las 8:00 de la mañana. Cuatro días después de mi espléndido día, el lugar es muy distinto: está repleto de montañeros en lugar de vacío. Y lo cubre una espesísima niebla y un frío intenso en lugar del cielo azul y calmado que me encontré yo el martes. Nos preparamos, cogemos material de escalada e iniciamos el camino de aproximación hacia los pies de Dos Hermanas. Hay muchos grupos de montañeros que quieren atacar rutas invernales, como nosotros. Lo cierto es que queríamos empezar pronto para no encontrar las vías repletas de gente por encima de nuestras cabezas. Sorprendentemente, estuvimos en total soledad el 95% de la ascensión.
El camino hacia la Laguna de Peñalara resulta siempre muy agradable. Lo he recorrido infinidad de veces en todas las estaciones. Vamos charlando en animada camaradería, atentos a la infinidad de anécdotas que nos cuenta Sergio. La niebla es muy cerrada. Confío que abrirá el día y nos permitirá gozar de magníficas vistas; no sabía en ese momento lo equivocado que estaba. Cuando nos aproximamos a la Laguna de Peñalara nos encontramos ya en el circo y la niebla y la ventisca están a la altura de una gran aventura invernal.
Estamos de buen humor y disfrutamos, si no de las vistas, sí de cada paso. En esta preciosa piedrecilla nos hacemos una serie de fotos.
Sergio insiste en que nos preparemos porque hay ya varias cordadas en el Tubo Central de Peñalara. Sabe que somos muy inexpertos y prefiere que tengamos espacio suficiente para ir a nuestro ritmo. Es el momento de calzarse crampones y arneses. Carlos y Pedro no se han puesto nunca este tipo de material y tardamos bastante en estar listos. Mientras me quito las gafas para ayudar a ajustar los crampones de Carlos y Pedro, se congelan por dentro. Aunque intento secarlas con el polar de la braga, éste también está tan helado que poco consigo. Saco entonces las gafas de ventisca, que me dieron un resultado excelente en toda la jornada. La temperatura es gélida y tenemos que ponernos ya en marcha.
La idea es que Sergio abra la cordada, Pedro y Carlos lo seguirán y yo cerraré el grupo. Cuando estoy luchando con las dragoneras congeladas me doy cuenta de que están iniciando la ascensión a una velocidad pasmosa. Acelero para no quedarme muy atrás pero comienzan a subir por el Tubo Central (40º, máx 50º, 130 metros) muy rápido. La inclinación es perfecta para iniciarse y veo que mis compañeros van ascendienco con decisión y sin problemas. Enseguida me doy cuenta de que estoy cansado: apenas hemos comenzado y me noto sin demasiadas energías; el palizón del entreno del mes de enero, las dos carreras y la salida del martes se han cobrado su precio en fatiga. Detrás de mí hay otra cordada que lleva poco material y que enseguida dejamos a un lado. Porque Sergio decide que vamos a divertirnos un poquito y escalar el Tubo del Robot (60º, 60 metros, posible mixto). Nos da las indicaciones técnicas pertinentes, especialmente para atravesar el paso clave que produce un estrechamiento en roca. Es una auténtica gozada ascender por el tubo, clavando los piolets hasta dentro y cramponeando con decisión. El paso en mixto lo solventamos con bastante solvencia y las risas y comentarios reflejan la magnífica experiencia que estamos teniendo.
Mientras aguardo a que Pedro solvente el estrechamiento, veo que detrás de mí hay otra cordada esperando. No tengo demasiado problema en clavar los piolets para traccionar, colocar bien los pies en las rocas heladas y seguir ascendiendo. Un poco después veo que los dos chicos que tenía detrás aún están en el estrechamiento. No sé si es que tienen dificultad en pasarlo, pero no vuelvo a verlos.
Estoy disfrutando cada segundo en este ambiente tan duro e invernal. Mi equipo está respondiendo bien: mi temperatura es estable y me mantengo seco, mis piolets se clavan con firmeza y las puntas de los crampones me dan seguridad. Las condiciones atmosféricas son realmente extremas y en ocasiones la ventisca obliga a hundir la cabeza casi en la pared y protegerse de las ráfagas que nos azotan. El viento es tan fuerte que tenemos que hablar a gritos para avisarnos. Pero el buen humor es patente en el grupo.
Cuando voy a salir de la vía me encuentro a Sergio cámara en mano grabándome en vídeo. Aunque no se aprecia, llevo entre los dientes la goma de un anti-zueco del crampón de Carlos, que se había desprendido en una contundente patada en el hielo. Aún se le caería el otro, que también recuperamos.
Do the robot -Vídeo cortesía de Sergio Mayayo
(Para verlo correctamente gira el pescuezo 90º a la izquierda, o el portátil 90º a la derecha).
Risas y felicitaciones a la salida. Sergio toma la decisión de seguir hacia arriba, por alguna canal de la Segunda Hermana. ¿Debimos en ese momento dar por concluida la ascensión e iniciar una honrosa retirada por alguna pala asequible? Posiblemente sí. El día era horroroso. El grupo era inexperto y habíamos rozado el límite técnico que podíamos asumir. 60º de inclinación son muchos grados para un bautismo de hielo. ¿Debimos hacerlo asegurados? Creo que sí. Pero ahora es muy fácil deducir todo eso y tomar la decisión adecuada a toro pasado. En esos momentos estábamos eufóricos, confiados y con ese puntito de adrenalina que te hace más audaz de lo que serías en casa.
El caso es que inicamos otro tubo. Entre la espesísima niebla y ventisca Sergio elige uno. Y enseguida comprobamos que esta ruta es aún más complicada que la del Robot. Carlos comenta en alto que los pasos de esta vía son mucho más difíciles que los que hemos dado hasta ahora y yo corroboro su opinión. Sea como sea, estamos escalando el Diedro Central de Dos Hermanas (70º-75º) y lo hacemos sin asegurar. Yo me siento cansado, especialmente de hombros y brazos. No estoy acostumbrado a este tipo de ejercicio muscular del tren superior. Aún así, no pierdo en ningún momento la concentración y me cercioro constantemente de que mis piolets estén bien fijos y correctamente situados. La vía es larga, o al menos estamos tardando mucho en recorrerla debido a su complejidad y dureza.
Estamos los cuatro separados por unos metros en un momento tranquilo. Estoy perfectamente clavado con mis cuatro puntos de apoyo en un hielo muy bueno cuando, en un instante, en una fracción de segundo, se produce el accidente.
Lo primero que percibo es el sonido: un sonido horrible de algo grande deslizándose a gran velocidad, a una espantosa velocidad. El cuerpo verde de Pedro cayendo como un bólido por la enorme piedra congelada que cerraba el tubo por nuestra derecha. Una piedra de granito totalmente helada, con carámbanos de hielo que se clavaban en el suelo. Pedro se desliza sin apenas rozamiento por aquella superficie vítrea y sale volando. Juro que ese instante me sentí totalmente horrorizado. La figura retórica «se me paró el corazón», cobra todo su sentido. En una fracción de segundo pasas de estar disfrutando de un día maravilloso de montaña y compañerismo a ver a un amigo tuyo volando sin control en una ladera de granito y hielo de 70º. ¿Da tiempo a pensar? No sé. Da tiempo a quedarse congelado, a sentir que alguien puede matarse en ese momento y que estamos a merced de la montaña. Yo no sé qué habría pasado si en vez de tomar el peralte de la roca congelada y salir volando por mi derecha, hubiera rebotado contra ella y chocado conmigo. Yo estaba firmemente clavado, pero no creo que hubiera aguantado el impacto del cuerpo de un adulto a esa velocidad. Me habría arrastrado con él, sin duda. Pero esto lo pensé a posteriori, en ese momento no piensas nada. Sólo que Pedro ha salido volando (si me queda una imagen es la del skeleton: ese deporte en el que un pavo se tira en una tablita a 60 km/h por un tubo congelado; eso justo hizo su cuerpo sólo que con los pies por delante). La imagen es tan brutal que tengo la certeza de que se va a matar y su cuerpo va a desaparecer en la niebla. Tras ese instante de pavor absoluto sólo deseas que no se haya matado y puedas ayudarlo. Lo veo a muchos metros por debajo de mí. La vía –afortunadamente– tiene un pequeño resalte donde queda el cuerpo de nuestro compañero tendido. Le grito, mientras comienzo a bajar; y bajar esa pared de tanta inclinación, sin cuerda, sin asegurar y con la urgencia del accidente, no es nada sencillo. Me obligo a concentrarme para no perder yo también el apoyo y complicar aún más la situación. Sigo gritando su nombre:»¡Pedro, dime algo! ¿Estás bien, Pedro?«. Carlos, varios metros por encima de mí, inicia a su vez el descenso. Le grito que tenga cuidado, que lo haga muy despacio. El viento me impide oír a Pedro, y sigo gritándo. Sergio, mucho más rápido y seguro en sus movimientos, desciende también. Por fin oigo a Pedro decir que se ha roto una pierna, pero que está bien. Seguimos bajando. Movimientos decididos pero continuos. No pienso. Sólo bajo lo más rápido que puedo. Está vivo a pesar de todo y eso es lo único importante. No sé cuánto tardamos en estar a su lado, tengo confusos esos recuerdos. Vemos que está bien, que respira con normalidad y que el accidente ha quedado reducido a un tobillo.
Estamos a medio camino de la cima de la Hermana Mayor. En medio de la niebla. En una vía de escalada díficil que nos estaba costando ascender, que hemos tenido que volver a descender, y con un compañero herido. No hay nadie más que nosotros y ningún helicóptero puede llegar aquí, en este terreno escarpado y con esta ventisca y niebla cerrada. Nadie habla de todos estos parámetros, pero están ahí. Todos somos conscientes de ellos, pero nadie los verbaliza.
Descender es imposible. No lo conseguiríamos con Pedro herido. Sergio propone salir por la cresta. Estamos más cerca de la cima que de la base. Él puede ir asegurando a Pedro y nosotros desde abajo ayudarlo a ascender. Sufre horribles dolores y siente la pierna muerta. La vía nos estaba costando mientras estábamos bien, no quiero pensar lo que le va a costar ahora con esos dolores y sin poder ayudarse de una pierna. Pero la decisión está tomada. Donde estamos no podemos esperar rescate y hay que moverse. Sergio sube con rapidez todo el largo de la cuerda, entierra un piolet y nosotros la aseguramos al arnés de Pedro.
Nadie pierde el control. Estamos todos en esto. La situación es comprometida. Muy comprometida, pero tenemos tiempo, somos tres personas para ayudar y mantenemos la cabeza fría. Lo importante es que Pedro no se rinda y consigamos hacerle subir por esa pared de 75º con un tobillo inutilizado. Los mensajes son permanentemente positivos, no le permitimos que lance mensajes «negativos»: «No puedo, me duele, no me clavan los piolets…». Tiene que estar sufriendo de una manera brutal, pero pasito a pasito, muy despacio, conseguimos ir ascendiendo. Intentamos que avance muy poco cada vez, pocos centímetros, pero que asegure bien cada movimiento. Carlos se coloca a su derecha y yo a su izquierda. Sergio desde arriba lo asegura con la cuerda. No lo vemos porque el tubo hace un recodo hacia la izquierda y queda fuera de nuestra visión.
No dejamos de hablar con él. Creo que siempre con palabras tranquilas, enérgicas y positivas. No hay que dejarlo pensar ni hablar demasiado. Y entonces entra en un bucle muy extraño: quiere ponerse un sobrepantalón que tiene en la mochila. Sólo quiere ponerse ese pantalón para no enfriarse. Dice que está mojado y helado y que el pantalón le va a ayudar mucho. Carlos y yo estamos en un equilibrio inestable todo el rato. Un paso por detrás de él para que sienta cierta seguridad, con mi mano derecha en su pierna, o en las correas de su macuto para que pueda hacer más fuerza. Los crampones son en muchas ocasiones los únicos que nos mantienen pegados a la pared. Y ahora tenemos que abrir su mochila congelada, buscar en ella el pantalón y ayudar a ponérselo. No conseguimos abrir la cremallera, de lo congelada que está. Tengo que quitarme el guante derecho. Ahora no estoy más que sujétandome con los crampones en una posición muy poco segura. Un mal movimiento y el que se despeña ahora soy yo. Abrimos la mochila y empezamos a sacar todo menos el pantalón. Bolsa de comida, funda de gafas que sujeto con los dientes mientras seguimos extrayendo cosas. Una ráfaga de ventisca se lleva un gorro y un guante. Imposible recuperarlos; desaparecen en el tubo. Sacamos los pantalones y los colocamos precariamente en el hielo. Yo le digo que cómo se va a colocar eso con el arnés puesto. Estamos perdiendo mucho tiempo, enfriándonos. Quiere salirse de la vía y guarecerse en el hueco que forma la roca por la que salió volando. Pero está llena de carámbanos y está todo helado. Yo creo que si se sienta ahí e intenta hacer movimientos bruscos se va hacia abajo sin remisión. Lo convencemos para que aguante. Le digo que las piernas tardan mucho en congelarse, que lo importante ahora es salir del tubo y poder llegar a un terreno más seguro. Accede, le ponemos la prenda atravesada en los correajes de la mochila y seguimos ascendiendo.
Yo no sé cómo puede siquiera subir. Pero lo hace. Estamos en la zona más complicada de toda la ruta. 75º con un pie que no puede hacer fuerza. Empieza a clavar los piolets sin conseguir tracción. Carlos le recomienda que los agarre de otra manera, que le va a resultar más sencillo. Yo los puedo incrustar sin problemas, no sé por qué dice que no consigue hacerlo. Y entonces empieza a tirar hielo. La situación es cómica, lo prometo. En el estrechamiento más duro de la vía Pedro está haciendo una escabechina con los piolets, arrancando trozo de hielo y lanzándolos hacia abajo. Esto es, hacia las cabezas de Carlos y de un servidor. En medio de lo comprometido de la situación no puedo dejar de reírme. Tengo la imagen de Pedro con un trozo de hielo enorme en la mano tirándolo hacia abajo, hacia mi casco, vamos. Cuando luego le pregunté por qué lo hacía, me dijo: «Es que no sabía qué hacer con él«. Qué risa. En toda situación hay que saber sacar el lado humorístico, porque te llena de energía positiva.
Un tiempo indeterminado más tarde, Pedro llega a la meseta desde donde Sergio lo estaba asegurando. Me lo comunican. Luego llega Carlos. Yo estoy ahora en el lugar donde Pedro arrancó trozos enormes de hielo. Estoy cansado. Mi mano derecha está congelada después de haberme quitado el guante para la maniobra de la mochila. Intento clavar los piolets pero no tengo hielo donde hacerlo. Lo paso mal. No veo a mis compañeros porque la vía hace un giro al final. Me siento realmente cansado. Me paro tras cada movimiento a descargar los músculos. Consigo encontrar hielo firme más arriba y me impulso. Avanzo lentamente. Pero cuando tengo que cramponear en esa zona tan deteriorada, tengo problemas para buscar un trozo que me aguante. Y cuando cargo el peso en el pie izquierdo para impulsar el derecho, se desprende de la pared y quedo colgado de los piolets. Afortunadamente, estaban firmemente clavados y no se mueven un milímetro. Pero me encuentro colgado sólo de las manos, con los pies sin agarre y muy cansado. Lo paso realmente mal. Estoy pegado a la pared como una lapa. Agarro los piolets como puñales y me voy alzando a pulso hasta encontrar un agarre para las puntas delanteras del pie derecho. Lo consigo. Descanso unos instantes. Estoy muy cansado. Creo que en este momento es cuando debí perder la cámara, al restregarme con tanta intensidad contra la pared.
No tengo miedo. En ningún momento. Lo único que pienso es que no puedo complicar la situación. Estamos metidos en un buen tinglado y no puedo hacer nada que lo empeore. Si me abandono en este punto y me deslizo una decena o más de metros hacia abajo y pierdo los piolets, estoy perdido. No puedo permitirme eso. Saco fuerzas de ese pensamiento y comienzo a ascender. Carlos se percata de que estoy pasando un momento realmente difícil y me grita que me van a tirar la cuerda. Pocos segundos después me estoy asegurando. Ahora sólo es cuestión de descargar los brazos y tirar otra vez.
Una voz, arriba a mi derecha, me da ánimos y consejos. Es un montañero que está haciendo una variante de nuestra vía… ¡en solo! Me dice que apoye con firmeza las palmas en las palas de los piolets y que no tengo que tener mayores problemas. El tubo se suaviza mucho justo en la salida. Técnicamente es mucho más fácil, pero estoy cansado. Así se lo digo al escalador. Sé que Pedro está herido, que tenemos que salir de ahí cuanto antes y dejo de autocompadecerme. Salgo del tubo.
Ahora hemos salido del Diedro y Sergio nos dice que estamos ya cerca de la cresta. Parece que las dificultades han acabado y que ahora el terreno será más sencillo. Nos encordamos los cuatro e iniciamos un flanqueo de Este a Oeste, clavando los piolets en la ladera y avanzando por un terreno más o menos horizontal. Me alegro de la espesa niebla, porque el patio tiene que ser monumental. Si ahora uno tropieza, no quiero pensar dónde terminaríamos los cuatro. La promesa de salir de ahí y llegar a la zona cercana a la cumbre de la Segunda Hermana nos mantiene con la motivación elevada.
Y llegamos por fin a la cresta. ¡Podemos caminar erguidos! Pero estamos sumidos en un vaso de leche. La ventisca es tan dura que nos congelamos de pies a cabeza, literalmente.
Es imposible tomar referencias. No se ve nada. Todo es igual. Imposible orientarse. Sergio va de un lado a otro buscando el vértice que nos indicaría el camino que tantas veces ha transitado. Carlos saca su GPS y comparan lo que dice la máquina con lo que parece arrojar la realidad. Yo me quedo con Pedro, hablando con él. Ha demostrado ser un tipo muy duro, muy valiente. Estoy orgulloso de él, pero soy consciente de que la adrenalina lo ha sacado del tubo con la expectativa de salir a la cumbre y estar salvados. Pero el panorama es desolador y puede haber un efecto rebote y venirse abajo. Pero demuestra ser todo un hombre, y a pesar del enorme sufrimiento que tiene que estar padeciendo, aguanta y mantiene el temple. Estoy con tres tíos de verdad, fuertes, fríos y tranquilos. Nadie pierde en ningún momento la actitud positiva.
Pero la situación –todos lo sabemos– es muy comprometida. Estamos a 2.300 metros, en medio de una feroz ventisca. La sensación térmica es gélida. Calculamos que -15ºC, quizá aún inferior. El viento es demoledor y nos congela en pocos minutos. Tenemos que descender ya o las posibilidades de sobrevivir serían mínimas.
Hablo con Sergio en un aparte. Compartimos nuestra sensación, nuestra intuición, de que tenemos que tomar esa dirección. Me precio de tener buen sentido de la orientación. Pero es imposible tener la certeza en un ambiente tan uniforme y falto de referencias como el que nos encontramos. Durante un instante barajamos la posiblidad de llamar al 123, anunciarles nuestras coordenadas UTM y que intenten darnos una dirección que seguir. Pero el GPS de Carlos es una maravilla en la que viene perfectamente claro el camino que debemos tomar desde la cresta y decidimos seguirlo.
El tiempo pasa y seguimos en la cresta pues nuestro avance es forzosamente lento. Ahora Pedro se ayuda de dos bastones para caminar. Tiene fuertes dolores, las gafas se le han congelado y se las tiene que quitar para poder ver dónde pone los pies. Aunque el terreno no es peligroso, una segunda caída sería ahora una cosa muy mala. A pesar de todo, los ánimos siguen arriba, las conversaciones que mantenemos unos con otros son serenas y en ningún momento nadie pierde la calma. Imagino que todos estábamos igual de preocupados, pero todos sabíamos que había que aguantar y seguir centrados para poder escapar de ahí arriba. Esta misma situación con un grupo más joven, o con menos temple, habría desembocado en una tragedia.
Mientras acompaño a Pedro y le doy conversación, voy repasando lo que porto en la mochila para casos de emergencia. Sé que todos llevamos mantas térmicas. Yo además tengo una funda de vivac con cortaviento. Tengo un polar de reserva y una chaqueta de softshell; calcetines extras, pasamontañas, un sobrepantalón impermeable cortavientos y dos pares de guantes completamente secos. En caso de emergencia podría dejar todo eso a Pedro y quizás aguantaría una hora o dos más. Tengo también un hornillo de emergencia del ejército y dos pastillas de encendido. Obviamente no hay nada para quemar, pero podría calentar algo de agua. Llevo medio litro de caldo en un termo, tengo otro medio litro de bebida isotónica y muchas barritas energéticas y cholocate. Creo que en caso de tener que parar por estar absolutamente perdidos, podríamos aguantar tres o cuatro horas. No más. A partir de ahí, la noche se echaría sobre nosotros y la hipotermia sería muy severa. Esos cálculos, por supuesto, me los callo y no se los digo a nadie.
Tras un interminable lapso de tiempo, llegamos a zona conocida: estamos en el buen camino y ahora podremos descender; y cada metro que descendamos nos alejará de esa ventisca mortal y nos acercará a nuestros coches. Creo que el sabernos ya fuera de peligro de muerte animó a Pedro y le hizo sacar otro nuevo chorro de energía para sobreponerse al intenso dolor. El camino que nos queda es largo aún, pues avanzamos a un ritmo muy lento; pero ya no hay terreno técnico, las dificultades han acabado y sólo nos queda avanzar. Es posible que tardáramos más de dos horas en hacer poco más de dos kilómetros y medio. Pero el buen humor y la sensación de habernos enfrentado a una situación crítica y haberla superado nos acompañará en todo el descenso.
Charlamos, reímos, comentamos las situaciones pasadas, lo que cada uno pensó, intuyó o se atrevió a pensar. Nos encontramos con otros grupos de montañeros, se huele ya la civilización. Llegamos por fin a Cotos. Cansados y felices de estar bien. Voy a mi coche a dejar todos los trastos. Me quito la chaqueta de membrana, el chaleco de soft y el polar, y me pongo otro seco y la chaqueta que guardaba de emergencia. Me cambio las botas. La tarde es gélida en el puerto. Pedro se ha montado en su coche. Afortunadamente es automático y no tiene que utilizar el pie dañado. Se ve capaz de conducir. Por casualidad, amigos suyos se encuentran en La Pedriza y formarán con él caravana en la carretera hasta que vuelva a su casa. Irá directamente al hospital. Nos despedimos de él y le pedimos que nos ponga un mensaje en cuanto llegue. Nosotros nos tomamos algo calentito en Venta Marcelino, comentamos someramente el largo día y nos vamos a casa. De camino a nuestros coches, Sergio me confiesa que tras la emoción de la actividad ahora está de bajón. Es cierto, la adrenalina nos ha mantenido en acción, segregando hormonas que te permiten seguir adelante y sobrevivir, a pesar de que no hemos comido ni bebido nada desde que desayunamos a las seis de la mañana en nuestras casas. Pero al saberte de nuevo a salvo, el tono desciende y te sientes de repente agotado.
Nos vamos. El día ha sido muy largo e intenso. Lleno de actividad física, exigente y complicada. Ha habido peligro, preocupación y un riesgo elevado de haberse convertido en tragedia. Pero estamos bien, vivos y más sabios. Todas estas experiencias te hacen más fuerte, más templado, más hombre (sin ningún matiz machista, por favor). Tendremos que descansar y digerirlo, procesarlo y asimilarlo.
Horas después, sabemos que Pedro tiene un esguince tremendo que ha requerido escayola. Pero conserva el buen humor y, sinceramente, es lo menos que le podía haber pasado cuando lo vi despegar de aquella roca congelada. El martes sabríamos que tenía rotura de tibia y peroné, así como del ligamento externo del tobillo que precisará de operación.
Gracias a Sergio, porque sin su experiencia y sus recursos en la montaña no habríamos podido salir de ahí de ningún modo. Nos hizo pasar unas horas maravillosas de alpinismo invernal y se ocupó las horas siguientes de sacarnos de allí.
Gracias a Carlos que, con su extremada serenidad en todo momento, aportó toda la calma y temple necesarios que la situación requería. Si uno tiene que elegir compañero para salir de una encrucijada, creedme, Carlos es una magnífica opción. Gracias también a la esposa de Carlos por regalarle tan fabuloso GPS.
Pero el héroe del día no puede ser otro que Pedro, que mantuvo siempre una actitud de lucha, de no dejarse, de no abandonarse; se sobrepuso al dolor y al sufrimiento intensos y consiguió escalar una vía de 70º en condiciones atmosféricas terroríficas sin poder hacer uso de su pie izquierdo roto. Y jamás antes había usado crampones ni piolet.
Bien está lo que bien acaba. Sin embargo no puedo dejar de sentirme culpable por haber insistido en que vinieran. Especialmente presioné demasiado a Pedro para que se apuntara. Quería compartir con gente estupenda una jornada en la montaña y a punto estuvo de suceder una tragedia… otra vez. Jamás volveré a pedirle a nadie que vaya a la montaña conmigo. Eso lo tengo totalmente decidido. Si alguien quiere hacer algo, que lo haga. Pero yo nunca más insistiré ni propondré salidas.
Solo, soy responsable de mí mismo y no cargaré sobre mi conciencia el peligro de otras personas. Ya lo decidí hace muchos años y así lo había mantenido. Esta vez incumplí mi promesa, insistí y volví a meter en problemas a otros.
Nunca más.
Jamás volveré a pedirle a nadie que vaya a la montaña conmigo.
Ni de coña…
Después de la graduación del sábado, hacer contigo esa salida por la cara norte de Cabezas de Hierro es casi obligado. Más que nada porque si no, ¿quien va a hacer las fotos ahora que tú has perdido la cámara?.
Ve fijando fecha….
Cuenta conmigo tambien, Carlos, para seguir a Yoku arriba y abajo de Cabezas por donde guste de llevarnos. Y si, prometo que el próximo vídeo que haga me saldrá mejor 🙂
Fran, excepto el párrafo final, comparto prácticamente todo lo que comentas en la crónica. Para lo bueno, para lo malo.
Como bien dices, hay que digerirlo con tiempo…
Pero mi sensación es que probablemente al final nos quedaremos todos con un recuerdo más dulce que agrio de un día -eso seguro- intenso como pocos.
Y es que un accidente (en el monte, en carrera, en el coche…) no es divertido, nunca. Pero salir de lo que venga juntos todos a una, eso no tiene precio.
Lo primero pedir disculpas públicas a Pedro por haber dudado del accidente, tanto jujanear en el foro que al final acabas no creyendote nada.
Lo segundo felicitaros y dejad que el tiempo restañe el susto, no pasa nada y lo que queda al final es una jornada de aventura y compañerismo muy intensa, de esas que llevas siempre contigo.
Enhorabuena a los 4.
Yoku, la mayoria tenemos más de 40 años, no debes sentirte culpable de nada.
Sinceramente, no creo que hayas puesto en peligro ni metido en problemas a nadie. Cada uno es responsable de sus propias decisiones; los que subisteis a la montaña, sabíais que no ibais a dar un paseo y a tiraros cuatro bolas de nieve. Tú trasladaste el ofrecimiento de Mayayo al foro. Lo hiciste con emoción, con pasión, porque la montaña te apasiona, y querías compartirla con tus amigos. ¿Qué hay de malo en ello? A más de uno se nos pusieron los dientes largos, cada uno evaluó su disponibilidad, sus capacidades, sus miedos, y tomó SU decisión. Yo decidí no ir (coc, coc, cocoricoc). Pedro y Carlos decidieron ir ¿Presionados? No te veo poniendo una pistola en el pecho de nadie. Pero leyendo lo que han escrito estoy seguro de que, a pesar de lo sucedido, no lamentan su decisión. ¿Que podía haber pasado algo grave? Pues sí. También yo podría haber tenido un accidente de coche esta mañana, o atragantarme con un hueso de aceituna y morir asfixiado, o… qué se yo. En la vida solo hay una cosa segura. Que es un camino con un principio, y un fin. Pero lo que hagamos en medio, es lo que hará que merezca la pena haber recorrido ese camino. Y vosotros vivisteis el sábado uno de esos momentos que, a pesar de todo, hacen que el camino merezca la pena.
Lo que sé a ciencia cierta es que, si un día subo a la montaña, querré tener a mi lado gente como vosotros cuatro.
Puff, vaya rollo que he soltado. Un abrazo, Fran.
Coincido con Sergio, me quedo con todo menos con el final. Tu no eres el responsable del accidente. Un amigo quiso compartir contigo un día en la montaña y hubo un accidente. Te ha hecho crecer como persona (no como hombre, sigues siendo igual de… 😛 ) No hay culpables sino un estupendo equipo, una gran cordada.
Me dolería en el alma que no compartieras tus proyectos con tus brothers in ice… y conmigo.
Por lo demás, está claro que ha sido un día completamente alpino. Enhorabuena por extraerle el jugo y gracias por compartirlo.
Me alegro que estéis bien, las habéis pasado canutas.
¡Ay la montaña! 🙂
He de confesar que el sábado cuando me levanté tenía envidia de vosotros, pero ahora y despues de leeros se me han quitado totalmente.
Pedazo de EQUIPO habeís hecho.
Carlos
Joder Yoku, vaya aventura, y sobre todo vaya experiencia de VIDA.
La verdad es que viendo las fotos se aprecia mucho peligro, pero mucho.
Me alegro que estéis todos bien
Yoku, me alegro mucho del día que pasésteis antes y después del inicidente, porque mientras que estábais en peligro no me alegro nada, vaya ratito…
Ahora lo vais a recordar como una aventrura más, tanto deportiva como humana. Besos
Me alegro de que todo saliese bien. Un reporteje conmovedor, impresionante como aguantasteis. bueno ahora a recuperarse y a seguir con las montañas.
un saludo
Me aberroncho en el rocaje vivo: nunca, jamás de los jamases, invitaré a nadie a que me acompañe a nada. Inamovible.
Por otro lado, es muy fácil decirle a alguien que no se sienta culpable. Obviamente no soy responsable del accidente (si por algo que yo hubiera hecho mal se hubiera producido la caída, no me lo perdonaría en la vida). Pero Mayayo propuso la salida y Carlos se apuntó desde el principuo él solito; pero Pedro tenía enormes reticencias y lo presioné durante toda la semana. El que no se sintiera culpable en esta situación, que levante la patita.
Para mí ha sido una aventura preciosa de principio a fin. Pero claro, yo no tengo nada roto…
Gracias por vuestros comentarios y mentiras piadosas.